Nunca me gustó hacer leña del árbol caído, pero, en este caso, releo cuanto he escrito desde finales de 2015 y reconozco, no sé si con legítimo orgullo, con falsa modestia o con algo de aprensión, que he opinado multitud de veces que Pedro Sánchez, aquel fallido e imposible candidato a presidir el Gobierno de España, se estaba suicidando políticamente con su 'no, no, no' a cualquier acuerdo con el Partido Popular, en general, y con Mariano Rajoy, en particular.
En un libro que ya ha quedado desfasado por los acontecimientos, aunque apareció en mayo, '¡Es el cambio, estúpido!', mi colega Federico Quevedo y yo analizábamos lo ocurrido en el bienio 2014-2016, una era de cambios mal planificados que, decíamos, de ninguna manera podía dejar incólume a Sánchez, sus múltiples errores y sus variadas peripecias. Pero tampoco puede aceptarse que ahora ha llegado la hora del triunfo ilimitado de Mariano Rajoy. Es, más bien, la hora en la que Rajoy, que saca muchos cuerpos de ventaja a Sánchez en cuanto a sabiduría y marrullería políticas, debe comportarse con la altura de miras y la altura de vuelo que no ha solido practicar en sus años en el poder.
Para mí resulta obvio, y así lo vengo diciendo también desde hace tiempo, que el PSOE facilitará ahora, vía la acción en el grupo parlamentario de la gestora encabezada por el realista Javier Fernández, la abstención en la votación que facilitará la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno que ya no esté en funciones, sino funcionando plenamente. No podía, simplemente no podía, el partido que comandaba, tan mal, Pedro Sánchez enfrentarse a unas elecciones: hubiese sido el final, el PASOK, la liquidación. Y gentes que son animales políticos, como la presidenta andaluza Susana Díaz, que es el futuro, lo sabían bien. "A ver si te crees que estamos haciendo todo esto para tener unas terceras elecciones", le dijo la 'lideresa' recientemente a un periodista amigo con quien se topó en el Ave.
Y entonces, contando todavía con el apoyo de un Albert Rivera que me consta que salió bastante decepcionado de su alianza con Rajoy, pero más aún de la que mantuvo antes con Sánchez, el presidente en funciones dejará de serlo, y se convertirá en presidente sin más. ¿Para hacer qué? El presidente es, eso sí, persona con sentido común, que seguramente no creerá que las mieles del poder que le retorna se deben exclusivamente a su labor, tímidamente conciliadora, pero más tímidamente aún reformista en sus propuestas. Le ha llegado, también lo he repetido muchas veces, sabiendo que no iba a cumplirse, el momento de ser un estadista que nos saque del marasmo. que, menos mal, no ha llegado a su culmen con unas terceras elecciones generales en un año, y qué año, Dios.
Esa es la parte buena, que algunos insensatos lamentan, porque piensan que el Partido Popular sacaría ahora más tajada ante las urnas: no habrá terceras elecciones. Suspiro casi general de alivio, cuando ya incluso se preparaba una infame reforma electoral exprés para evitar que, encima, se celebrasen el día de Navidad, que era cuando hubiesen tocado, maaaadre mía. Pero ahora hay que gestionar ese triunfo, propiciado por la marcha de Sánchez, que desbloquea muchas cosas y pone a otros ante sus responsabilidades: ya no existe la 'bestia negra del 'no a todo'. Los nostálgicos y quienes equipara(ba)n predicar la abstención con favorecer sin más a Rajoy y con posiciones de la derecha, tendrán razón... si Rajoy no inaugura una etapa regeneracionista de todos esos males que hemos visto que pesan sobre la desdichada política española.
Porque la presumible 'era Rajoy' -no se me ocurre que ahora nos pueda venir, no sé durante cuánto tiempo, ninguna otra_ va a convivir con noticias que han quedado enterradas bajo la crónica de sucesos que ha sido el estallido -con enmienda posible, creo_ del PSOE. Convivirá, por ejemplo, con el 'juicio Gürtel', que al fin comienza esta semana; con el de las 'tarjetas black'; con los preparativos de Puigdemont para realizar su referéndum secesionista; con el enfado que la Unión Europea tiene, no sé si muy justificadamente, con España. Va a convivir con el presumible, aunque limitado, auge de los movimientos de izquierda inmadura, en el que algunos miles de votantes del PSOE van a buscar refugio temporal. Y, sobre todo, va a convivir con la propia falta de popularidad del líder conservador y con el escepticismo de muchos millones de españoles hacia su gestión desganada, inmóvil, que no ilusiona.
Ahí es donde tendrá que moverse el mago de la quietud. Que el fin del caos impuesto por Sánchez no sirva para, por contraste, imponernos la calma chicha, el parón. Cierto: el PSOE, que no ha salido, me parece, tan irremediablemente roto del lance como algunos de mis compañeros creen, va a tardar un tiempo en volver a ser una oposición creíble y viable. Y eso puede que sea lo peor: que solamente Rivera, desde el centro, y Podemos, desde la izquierdista muy izquierdista, valga la redundancia, pueden actuar de acicate de la galvana marianista. Confiemos en que ambas formaciones 'emergentes' también sepan actuar con acierto. En fin: que la Legislatura rajoyana, por la que nadie daba un euro, ha quedado casi inaugurada de hecho. Que sea, ay, para bien de este país nuestro, tan necesitado de tantos cambios, de tanto Cambio.
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