Cuando Juanma Gil y yo éramos niños nuestras respectivas madres, en Los Molinos y en El Alquián, querían que tuviéramos miedo, ese era su objetivo de madres almerienses, acojonarnos. Cuanto más miedo tuviéramos, mejor. Y como ninguna de las dos había leído artículos sobre los terrores nocturnos en ‘Ser padres hoy’ y no tenían ni la más remota idea de si la palabra “traumatizar” se escribía con hache intercalada o no, no se plantearon otra posibilidad para protegernos que mantener unos niveles tolerables de terror. Nuestras madres sabían, porque sus madres antes se lo habían enseñado a ellas, que el miedo es una niñera, y que si este planeta estaba lleno de cobardes era debido a una cuestión adaptativa, razón por la cual les importaba una eme que nosotros tuviéramos pesadillas con el hombre del saco, con el mantequero, con el coletas, el bigotes o con el lobo de caperucita, a ellas tanto les daba; la cuestión es que los miedos que invocaban cumplieran con eficacia su trabajo: amedrentar, proteger, salvarnos de algo que no había ocurrido y que, aunque probablemente nunca sucedería, no estaba de mal contemplarlo como una funesta posibilidad. Y digo todo esto porque en el siglo pasado los barrios de Los Molinos y El Alquián estaban rodeados de balsas, como Oslo está ahora rodeado de lagos. El peligro mayor al que entonces los niños del extrarradio podíamos enfrentarnos eran las balsas, balsas llenas de ovas, como un mar de los Sargazos que atrapaba, en plan Escila y Caribdis, a los marineros infantiles. ¡Cuidado con las balsas!, ésa era la advertencia. Visto desde la perspectiva actual parece algo un poco ingenuo, pero las balsas eran entonces lo que ahora son los pederastas en Internet, depredadores, agujeros negros, horizontes de sucesos, arenas movedizas que se tragaban a los niños.
Como Juanma y yo éramos dos niños muy bien mandados jamás nos bañábamos en las balsas que circundaban nuestros barrios, nos quedábamos en el borde mirándolas con resignación, intentando comprender a las balsas y a las madres, sabíamos que para estar dentro de ellas necesitábamos apoyarnos sobre los hombros de gigantes, como hizo Newton. Estábamos seguros de que jamás llegaríamos a estar más a salvo que sobre los hombros de nuestros padres, tal y como diría nuestro otro buen amigo, Javier Huecas, en su exposición de esculturas que se inaugura en la Galería Arte21, en la calle de las Tiendas, el próximo jueves, día 6 a las 20.30. ¿Publicidad? Sí, me da la gana. Id sin miedo.
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