Esta mañana es posible que usted que ha tenido la deferencia de leer estas líneas se sienta incómodo consigo mismo, triste, preocupado excesivamente con la vuelta a sus tareas, tras el desayuno que tal vez le haya permitido la lectura de esta columna. Quizás añore la desocupación. Si experimenta estas situaciones es muy probable que esté afectado por el síndrome depresivo del lunes por la mañana. Cuando desempeñamos un trabajo en el que estamos pendientes permanentemente del reloj para salir cuanto antes es que algo no funciona. No es necesario despedirse o que te despidan para no estar presentes en el puesto que cada cual ocupa. Cuántas personas van cada día a trabajar con la sensación de que lo que hacen no tiene sentido alguno, que no merece la pena y que no es reconocido como debiera. Si echamos una mirada a nuestro alrededor seguro que encontramos numerosas personas que confiesan sentirse a gusto con su trabajo, incluso reconfortadas, pero también es verdad que otras muchas no solo estiman que hay bastante que mejorar en su entorno laboral y, además, piensan que más que hablarles de motivación, lo que deberían hacer sus jefes y responsables de recursos humanos es no llevarles a diario a la desmotivación. Aunque pueda parecer una ironía o un sarcasmo reflexionar en estos tiempos tan críticos del empleo acerca de la infelicidad laboral, no podemos ignorar una realidad que afecta a miles de cotizantes, la de los trabajadores que viven instalados en la infelicidad que les lleva a hacer del trabajo una cárcel en la que la resignación y la inercia presiden su actividad ,jornada tras jornada. Tal vez todo ello sea fruto de un amplio y complejo proceso de experiencias negativas que llevan al empleado a distanciarse poco a poco de sus cometidos, de sus tareas propias, de tal guisa que pasa inadvertido y no ocasiona conflicto alguno. La presencia humana queda vacía tras un cúmulo de expectativas defraudadas , de indefensiones y de frustraciones encadenadas. La infelicidad laboral queda entonces solapada bajo una supuesta y ficticia felicidad que no podrá evitar el surgimiento de consecuencias nefastas para la organización empresarial y para el colectivo laboral de la misma. En tales situaciones, el trabajador suele emprender una huida interna, un cierto repliegue, un despido interior que casi siempre resulta traumático. La solución no reside en la resignación, sino en la denuncia del problema que afecta a todos.
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