La foto de la familia de Zapatero con los Obama era premonitoria de lo que nos faltaba por conocer y celebrar. Esas niñas de negro gótico -no precisamente flamígero- presagiaban un oscuro acontecer en la identidad y convivencia que no encuentra parangón en el Día de la Hispanidad; más bien en el día de siniestralidad que ahora nos acucia.
Aquellos festejos zapateriles que se saldaron con el “regalo” de una escultura ecuestre de Franco tras celebrar la ausencia de los “malos” (los azules), después de avivar la roja genealogía republicana; remover tumbas y cunetas; agraviar con la Memoria Histórica/Democrática; babear con la Alianza de Civilizaciones… hasta socavar la convivencia generando una excitación que encontró la colaboración necesaria de la crisis, negada por una infame estrategia electoralista (debate Pizarro-Solbes) que vino a acentuar un nuevo comportamiento plagado de zafiedad, incultura, radicalidad y odio.
Zapatero sembró la semilla del cenizo para todo lo que supone autoestima, convivencia y respeto patrios. Jamás será ponderado el daño que ha infligido a la sociedad española desde su solemne bobalicón semblante: líbreme Dios de las aguas mansas, que de las bravas ya me cuido yo.
No podemos analizar el brote indigenista, el perrofalutismo, la cruzada prohibicionista y la zoofilia selectiva sin encontrar la génesis en un socialismo reaccionario que buscaba claves y señas de identidad exhibidas como distintivos de “talante”. El signo de la ceja, el pañuelo palestino, la Pachamama… han sido contraseña de un nuevo grado de progresía que escala hacia la destrucción de valores y, si entran en éxtasis ideológico, hasta de personas.
La acción antipersona de los más reaccionarios acabamos de verla en ese niño de ocho años, enfermo de cáncer, que por aspirar a ser torero cuando se recupere -Dios lo quiera- se le desea su pronta muerte antes de que se la propicie a un herbívoro. Estos basiliscos que anidan en cohabitación con los emergentes de la nueva izquierda son los que cuelgan las banderas wipala, pintarrajean el Colón de Barcelona, denuestan el Día de la Hispanidad… y siguen pensando que la Tierra no es de nadie, salvo del viento.
Ya no nos queda casi nada que nos identifique como sociedad civilizada y cultura milenaria. La tendencia es reeditar episodios coloniales y batallas entresacando las sombras de su consecución. Y no hay nada más desconcertante que analizar históricas conquistas, descubrimientos, inventos y gestas de la humanidad con los ojos y la perspectiva actuales. Fumarse un puro en el escaño sería hoy un escándalo descomunal; cosa habitual en los diputados socialistas de la Segunda República.
La Reconquista de Almería por los Reyes Católicos ha sido pervertida hasta dejar en testimonial su convocatoria ciudadana. Se intentó por parte de la izquierda la “integración de los pueblos”, que condujo a la desintegración de la conmemoración. Los Coloraos es un festejo ferial que habla de unos “mártires” que, en realidad, eran mercenarios embarcados en Gibraltar con el ánimo y riesgo de derrocar el régimen que les aplastó, y la izquierda simbolizó y equiparó con la Revolución Francesa (¿?) interpretando la Marsellesa, himno, como es sabido, de honda identidad almeriense.
Estamos llegando al extremo de no estar seguros de nosotros mismos. No sabemos si nuestro patrimonio cultural es una rémora humillante o el orgullo de nuestra identidad.
Halloween es la fiesta que nos une. Todos a disfrazarnos de zombis con caras irreconocibles por heridas, mutaciones o podredumbre. Halloween no tiene contestación por la izquierda reaccionaria emergente, porque es el harapiento retrato que desean para nuestra sociedad. Y en ello se insiste ajando banderas, pudriendo la unidad… y lo más “emergente”: sacar cadáveres de las tumbas.
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