Benjamín Prado y la mujer de nuestra vid

Marta Rodríguez
23:58 • 14 oct. 2016

Le gustaban los océa­nos y la nieve. Temía la vejez y el abandono. El rostro de Benjamín Prado ha sido tallado sobre el suyo. Sobre el rostro de María Ángeles Prado. Su madre. La mujer de su vida. Es su viva imagen y Su viva imagen es el poema con el que el autor madrileño contuvo el aliento del público que el jueves volvió a dejar pequeño el sótano de La Dulce Alianza.
El invitado del segundo recital de esta temporada de las ‘Dulces Tardes Poéticas’, la plaquette Santa Paula número 13, tejió un nudo en la garganta de cuantos le escuchaban. Sólo con la cadencia de su leer natural y su voz familiar, con esos versos que hablan del amor más universal, el amor a una madre, de lo increíble que es que el mundo pueda seguir sin ella y de la parte que se nos muere si no está, Prado nos metió el dedo en el ojo hasta que asomaron, tímidas, las primeras lágrimas. Agarró nuestro corazón y apretó fuerte hasta cubrirlo por completo con su puño.
En el instante en que cada persona de la sala pensaba con melancolía en su madre y en que jamás se le dice lo suficiente ‘te quiero’, una llamada perdida pesaba como una losa en la conciencia de quien escribe. Una llamada no atendida al principio del recital precisamente por respeto al recital (respeto que ojalá hubieran tenido los que cuchicheaban al fondo). Una llamada de mi madre -el poeta y actor Julio Béjar está de testigo- que como las llamadas de todas las madres lo mismo puede ser un ‘¿qué has comido?’ que un ‘se acaba el mundo y tu voz es lo último que quiero escuchar’.
No todo fueron madres el jueves en La Dulce Alianza. También nos sobrevoló Bob Dylan. El destino quiso que las ‘Dulces Tardes Poéticas’ tuvieran al “invitado perfecto” -así lo definió el coordinador del ciclo, Aníbal García- el día en que anunciaron que el estadounidense recibía el Nobel de Literatura, con la polvareda de reacciones que la decisión levantó. Benjamín, para el que el trovador es un semidios, atendió a medios y más medios y aún le quedó concentración para recitarnos su idilio con él, recogido en Mi vida se llama Bob Dylan (“Hay planetas y oxígeno / porque existe Bob Dylan / Hay verano e inviernos / porque existe Bob Dylan”).
Moon River, de Andy Williams, tema del que Dylan tiene una versión, abrió la intervención de la viola Ángela Solís, que hizo a Prado mecerse sobre sí mismo como un junco y que luego logró detener el tiempo al interpretar el Preludio de la Suite de número 1 de J.S. Bach. “Los dedos de Ángela deslizándose por la viola sí que son un poema”, apuntó él.
Amigos de Benjamín de la talla de Ángel González fueron invocados con la lectura de Camaradas (“Saben que las mejores compañías / son las que han entendido cuándo dejarnos solos”) y en María y el fantasma. Poema con el que volvió el amor (si es que alguna vez se fue), en su versión romántica. Ese amor en el que Nunca es tarde, en el que “yo sólo puedo estar contigo o contra mí”.







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