El Comité Federal del PSOE acordó ayer por 139 votos a favor y 96 en contra desbloquear la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno al imponer a sus diputados una abstención en la segunda sesión parlamentaria. La votación de ayer en la sede socialista de la calle Ferraz no dirimía si se deseaba o no se deseaba que el presidente del Partido Popular alcanzara la presidencia del Gobierno, porque la cuestión, planteada de esa forma, hubiera recibido el rechazo absoluto. No era esa la cuestión, digo. La cuestión estaba en decidir si se adoptaba una actitud que desbloqueara la actual situación de parálisis política –ciertamente, no impidiendo la elección de Rajoy- o bien se decidía conducir a los electores a una nueva cita con las urnas en las vísperas de Navidad. No era Rajoy sí o Rajoy no, era principalmente terceras elecciones sí o terceras elecciones no.
En esta tesitura la decisión adoptada ayer por el Comité Federal es la propia de un partido responsable. Ya lo anunció Pedro Sánchez tras las elecciones del 26-J: “Si actuamos con altura de miras, PSOE estará en la solución”. Descartados todos los intentos de conformar una mayoría alternativa, la solución al problema no conducía por camino distinto que no fuera el tomado ayer.
El PSOE no es un partido antisistema ni es un partido rupturista y es un partido con sentido de Estado. Siempre lo ha sido y siempre lo va a ser. Tras las elecciones del 20 de diciembre Pedro Sánchez hizo todo lo posible por conformar un Gobierno alternativo al de Mariano Rajoy. Consiguió atraerse la voluntad de Ciudadanos, pero no la de Podemos, que acariciaba la idea de sustituirle como primer partido de la oposición. Pablo Iglesias prefirió dejar en La Moncloa a Rajoy antes que poner a Pedro Sánchez. Las elecciones del 26-J no solo no ofrecieron a Pablo Iglesias y Julio Anguita el deseado ‘sorpasso’, sino que debilitaron a la izquierda y potenciaron a la derecha. ¡Toma ‘sorpasso’!
Una vez que Mariano Rajoy llevó al Congreso de los Diputados su lista de 170 apoyos, a Pedro Sánchez se le cerraron todos los caminos posibles. Se empeñó en la imposible y no quiso admitir las evidencias. Se mantuvo en la negación absoluta. Podría haber vendido su voto a un coste muy alto para el Partido Popular, pero decidió instalarse en el espacio de lo imposible. Podría hasta haberse cobrado incluso la cabeza de Rajoy, pero su cerrazón ha conducido a lo acordado ayer: a dar paso a Rajoy hacia el camino de La Moncloa a cambio de nada.
El acuerdo adoptado ayer por el PSOE supone para todos los militantes un fuerte desgarro personal. Más aún para los que han cambiado el sentido de su voto que para quienes siguen instalados en posturas inamovibles. En política, y en general en todos los órdenes de la vida, a veces hay tomar decisiones traumáticas. Lo más sencillo puede resultar quedarse instalados en la obstinación, pero no es con posturas estancas como se consiguen los principales avances. La situación política española estaba instalada en un callejón sin salida. Las circunstancias han querido que fuera el PSOE quien únicamente podía desatascarla. Podía haber eludido esa responsabilidad, pero creo que la decisión tomada es la que corresponde a un partido que a lo largo de su historia ha prestado muchos servicios a nuestro país y que debe prepararse para prestar muchos más.
A muchos afiliados socialistas –sinceramente, creo a la inmensa mayoría- no gusta nada la decisión tomada ayer. Pero no es cierto que ha habido un abandono de ideales ni es cierto que se ha servido en bandeja a Podemos el liderazgo de la oposición. Eso es lo que dice Pablo Iglesias, es lo que desea y es lo que deseaba el 26-J. Nuevamente tendrá que esperar. Porque ese status no se obtiene por deseo propio sino por deseo de los ciudadanos. Y los ciudadanos dijeron alto y claro que el principal partido de la oposición es el PSOE y no quien creyó que el 26-J se iba a consumar el ‘sorpasso’.
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