Mantener a Mariano Rajoy en la Moncloa, sea con un voto a favor o con la abstención es para cualquier socialista un trago doloroso y casi inaceptable. No hay razón de Estado que alivie la disfunción de permitir que el principal responsable de los mayores recortes sociales, de las leyes más retrógradas y reaccionarias de los últimos quince años, del mayor desprecio parlamentario a la oposición siga en el poder.
Pero ese sentimiento lo comparte todo el grupo socialista. Los que entre sus compañeros son tildados de “exquisitos”pretenden que sean otros los que “retuerzan sus principios”. Se debería preguntar a los dirigentes regionales, que solicitaron por carta al responsable de la gestora Javier Fernández una abstención reducida, si estarían dispuestos a que los suyos entraran en un sorteo para designar quien se abstiene.
Luego hay los casos inexplicables, empezando por Pedro Sánchez. Solo la expectativa de volver a recuperar el poder perdido justifica su negativa a aceptar el resultado de la votación democrática del Comité Federal. El, que ha sido máximo dirigente de ese partido y no ha consentido indisciplinas ni motines. No hay más que recordar el fulminante cese de Tomas Gómez incluido un candado en la puerta de la sede.
Lucha de egos Otro es Patxi López, curtido en el gobierno de Euskadi, habituado a los ninguneos en materia antiterrorista de Zapatero, que aguantó sin quejarse mientras gobernaba con el apoyo del PP. ¿Espera también su oportunidad para postularse a secretario general y no quiere enemistarse con los militantes? Y por último Borrell, redescubierto por sus apariciones en los medios de comunicación y apuesta de los adversarios de Susana Díaz, que acaricia la idea de recuperar ese puesto al frente del PSOE y del que siempre se consideró injustamente apartado. Por eso ha pasado de defender la abstención en diciembre al no actual.
Al final hasta el hecho luctuoso de la abstención se convierte en una guerra de egos donde algunos tratan de salvar la espalda ante el futuro incierto de las propias siglas. La serie de torpezas y cobardías cometidas por la lideresa andaluza queriendo llegar a Ferraz a través de testaferros, hace prever un largo periodo sin congreso y sin dirección. De ahí que todos aspiren a utilizar estos meses para recuperar o ganarse a la militancia. A la que se cita a todas horas pero a la que no se ha consultado.
Evidentemente la decisión del “mal menor” adoptada por el Comité Federal no se hizo por sentido de Estado, sino por los aterradores datos de las encuestas que dibujaban un desplome irreversible de las expectativas de voto si se repetían las elecciones en diciembre.
Los que ahora amenazan con no seguir la disciplina de voto tienen una salida honorable: renunciar al escaño, abandonar la militancia y dedicarse a la actividad privada.
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