Después de más de trescientos días con un gobierno en funciones parece que ha llegado la hora de que haya un gobierno que funcione. Trescientos días, diez meses en los que lo único que ha quedado claro es la obstinada torpeza de la clase política.
Cuando pasen los años y busquemos en la memoria este tiempo perdido, lo único que encontraremos será un espacio vacío de ideas y lleno de mediocridad. Nadie, ningún partido, ningún político, ha sabido estar a la altura que las circunstancias demandaban.
Rajoy -y todo el PP detrás en posición de firmes- dio el primer paso de esta gran marcha hacia la impostura eludiendo la propuesta del Rey para que, aceptando el encargo de presentarse a la investidura, intentara formar una mayoría de gobierno. Su fracaso electoral- los 63 diputados y más de tres millones y medio de votos perdidos de 2011 a 2015 no pueden calificarse de otra manera sin ofender la inteligencia- les sumió en un escenario de confusión en el que convivieron la cobardía y el tacticismo. Rajoy no tenía mayoría, pero su pecado fue no intentarla.
Hace años leí una frase del catedrático Josep Fontana que me acompaña desde entonces. Hablaba el profesor catalán de la lucha por una sociedad más justa y más libre y, en esa aspiración irrenunciable, sostenía que conviene que quede claro que hay batallas en las que, aun sabiendo que es inútil pelear porque todo indica que se van a perder, merece la pena librarlas. Rajoy tal vez no hubiera ganado la batalla de diciembre, pero tenía la obligación moral de librarla. Su acomodaticia indolencia desencadenó una espiral de bloqueo del que todos son responsables.
El desde ayer investido presidente puede caer en la tentación de pensar que ha ganado la guerra de los trescientos días. Se equivocaría. Ha ganado la batalla. Pero no la guerra.
A partir de ahora tendrá que empezar a gobernar desde una posición diametralmente opuesta a la que le situó el resultado de 2011. Entonces tenía mayoría absoluta; ahora no. En aquella legislatura estaba vigente el bipartidismo imperfecto; ya no. En aquel tiempo el problema catalán era ya una tormenta; hoy es un huracán que amenaza la estructura territorial del Estado; Europa es hoy más débil que ayer y para abordar el mañana comunitario desde una posición que recupere el protagonismo perdido o la aplicación de medidas impuestas desde Bruselas es imprescindible la búsqueda y el logro de consensos internos.
Durante la última legislatura el PP ha conseguido, aunque con un coste laboral altísimo- nunca se cobró menos por trabajar, nunca tantos jóvenes ven su futuro con más ausencia de expectativas-, que la recuperación económica sea una realidad; es verdad que estamos en sus inicios y que los brotes ni llegan a todos ni lo hacen con la intensidad de verde esperanza que sería de desear. Pero no estamos en el despeñadero estrafalario al que nos arrastró el gobierno snob de Zapatero.
Rajoy se encuentra a partir de hoy en una encrucijada: o mantiene el rumbo iniciado hace cinco años, perpetuando así un autismo social que nos llevará al abismo de la explosión territorial, la agitación social y la bancarrota en la credibilidad de la política, o elige la otra salida del laberinto y comienza a asumir que, para solventar con garantía de éxito los grandes problemas de España, tiene que gobernar la realidad endiablada de un país en proceso de reconstrucción.
Ya sé que el eco de la palabra reconstrucción puede alarmar. Pero es adecuado a la realidad que hay que gestionar. La salida de la crisis no la pueden pagar los más débiles; el problema catalán hay que afrontarlo con tanta decisión en el fondo como finezza en las formas; la corrupción no puede continuar siendo una constante institucionalizada; la reforma constitucional es un reto irrenunciable; la revisión de los protocolos autonómicos debe llevar a su corrección (no es posible que un médico almeriense no tenga acceso al historial de un paciente madrileño que va a su consulta por estar aquí de vacaciones); hay que modificar la Reforma Laboral y alcanzar un acuerdo amplio en materia de Educación (qué delirio académico es eso de dar diecisiete historias de España diferentes en función de la comunidad en que se viva).
La actitud de Rajoy en la última legislatura rompiendo todos los consensos y agudizando el problema territorial con su pasividad no induce al optimismo. Pero la realidad se impone y Rajoy debe saber que estamos ante una legislatura decisiva en la que él y su partido se juega mucho, pero los españoles y la consolidación de una España moderna y europea, más. El juego ha llegado a su fin. Ahora empieza la partida de la verdad.
- El vértigo de Hernando
Describió Antonio Gala en uno de sus sonetos de La Zubia que tenía tanto miedo a la respuesta, que prefería la duda a la certeza. El diputado almeriense vive desde hoy y hasta el jueves las horas más inciertas de su vida política. La voluntad de Rajoy puede hacerlo ministro o dejarle en el puesto privilegiado de portavoz nacional del partido. Cualquier opción es buena para él. Para Almería lo único que podría beneficiar más que su portavocía es que llegara a ocupar la cartera de Fomento. Habrá que esperar. El camino entre la duda y la certeza se despejará el jueves.
- El funeral político de Sánchez
Pedro Sánchez consiguió ayer el milagro de protagonizar su funeral (político) y además verlo desde el altar mediático que tan bien le quiere ahora cuando tan mal lo querían ayer. Con todo, lo peor de su despedida fueron las lágrimas de Iglesias, Rufián (que nivel su intervención) y el portavoz de Bildu.
Con sus lamentos compartidos fraternalmente, desvelaron, no sólo el pacto que fraguaban, sino el desprecio que le tienen. Le querían de presidente, no por su capacidad, sino porque su insoportable levedad les facilitaba el objetivo de populismo independentista que les une. Por eso le lloran. Y las lágrimas por su derrota les delata: para Podemos y los independentistas, Sánchez era un pelele al que tirar a la papelera en el momento electoral oportuno.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/116647/despues-de-trescientos-dias-en-la-nada-ha-llegado-la-hora-de-la-verdad