El falso cura

José Luis Masegosa
23:47 • 30 oct. 2016

Durante los tres últimos días se ha celebrado la segunda Ruta del estraperlo y la primera Ruta Alvelal, que ha transcurrido en los municipios almerienses de Chirivel y Oria, y en el granadino de Cúllar. Se trata de una actividad, apoyada por las diputaciones de Almería y de Granada, que ha unido estos tres pueblos limítrofes a través de la naturaleza, las tradiciones, el patrimonio y el pasado de un hecho común,  el estraperlo o mercado negro. Un fenómeno que rememora también los prolíferos pasajes de guerrilleros, bandoleros y forajidos que tantas historias y leyendas han originado en nuestra provincia.
Poco menos de un siglo anterior a la intensa actividad del estraperlo aconteció en estos parajes del Almanzora, concretamente en Oria, una de esas curiosas historias del bandolerismo andaluz, ignorado en los tratados y desconocido por los estudiosos, que relató al escolano de mi pueblo, Tomás Gallego, el extinto paisano José Sola López, “José el maestro”. El sucedido se desarrolló a finales del siglo XIX, cuando José María “El Pindo”, un Curro Jiménez al uso, extorsionó con varios anónimos a uno de los mayores hacendados del municipio, Juan Martín Bautista Torres, a quien exigía cierta cantidad de dinero, que nunca llegó a manos del reclamante. Debió andar cansado “El Pindo” de tanto esperar la llegada del dinero reclamado, por lo que urdió un plan sustentado en los recurrentes beneficios de camuflaje que siempre han aportado las sagradas vestimentas del clero. Poco tiempo después del envío de los anónimos, transitaba ante la puerta del vecino Martín Bautista , cuya casa colindaba con el cuartel de la Guardia Civil, un diligente cura a lomos de su yegua y tocado de teja. Hospitalario con la clerecía, Juan Martín invitó al presbítero a que accediera a su casa, donde fue agasajado, en tanto los beneméritos agentes se deshacían en reverencias. En un momento de soledad entre anfitrión e invitado, éste desempolvó un revólver de las faldas de su sotana y apuntando a su acompañante le exigió el botín, que le fue entregado, tras advertir su verdadera identidad: José María “El Pindo”. Juan Martín y “El  Pindo” ,con el arma oculta, abandonaron la solariega casa. El clérigo saludó desde su montura a los guardias que se hallaban en la puerta del cuartel, mientras el potentado vecino hacía lo propio, al tiempo que acompañaba a pie a tan “ilustre” invitado. El paseo se prolongó brevemente, dirección a la vecina localidad de Cúllar, hasta la Ermita de San Gregorio, donde el cura apretó espuelas, en tanto que su eventual rehén retornó al cuartel para denunciar el burdo atraco. Nunca más se supo de José María “El Pindo”, el falso cura atracador.







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