La centralita de Ferraz, sede de los socialistas, echaba chispas. ¿Cómo es posible que las palabras del diputado Gabriel Rufián hayan podido generar tanta controversia? Quizás se deba a que millones de personas han podido visualizar un discurso que encierra todos los peligros de la quiebra de la convivencia. Formas chulescas, verbo incendiario, epítetos en abundancia, y pocos, muy pocos, argumentos. El fuego obligará a reflexionar sobre qué estamos haciendo mal. Abstención Por algunos instantes, se puede tener la impresión de que los demonios de la intransigencia han salido a flote. El ensañamiento que ha desatado la abstención socialista nos recuerda a los peores modos de la política española. Cuando se pensaba que habíamos terminado con las mayorías absolutas y, una mayor pluralidad iba a significar diálogo y pacto, resulta que algunos quieren seguir cavando trincheras. No se ha interiorizado lo suficiente los valores de la libertad, de respeto al otro, de convivencia con el disidente.
Es el viejo discurso guerra civilista del “nosotros contra ellos”, de “amigos y enemigos” que leemos con profusión en la redes, principalmente. Es la política comunicativa actual: superficial y emotiva. Aunque, socavar la legitimidad del que piense diferente y levantar antagonismos irreconciliables no parece muy acorde con la cultura democrática. Claro que cuando se habla en nombre del pueblo o de la patria, o de todos los parias de la tierra, entonces parece que está justificado.
Frustración La estrategia de Rajoy, y de sus seguidores, de focalizar sus diatribas en Pablo Iglesias le ha dado buenos resultados electorales, pero ha crispado más el debate y ha ocultado la magnitud de los problemas. España, como afirman algunos diagnósticos, es un país sin proyecto colectivo, sin horizontes y, rasgado por divisiones ideológicas y territoriales. El resultado podría ser que la situación se fuera de las manos sino se acometen las reformas adecuadas. El inmovilismo es un suicidio y nuestras élites políticas deberían ser conscientes de ello.
En esta tesitura, es normal que la frustración empiece a aflorar y Podemos, que llego a generar una enorme ilusión en millones de ciudadanos, desde la derecha a la izquierda, un movimiento transversal, tenga tentaciones de echarse al monte. Lo mismo pasará con el tema catalán donde se están configurando sentimientos y pasiones que no anuncian nada bueno. ¿Y Rajoy? Ni está ni se le espera. ¿Y el PSOE? De momento en stand by (en reposo).
Conclusiones Es el momento de los mediadores, capaces de encauzar el debate político y la reflexión hacia la moderación y el entendimiento y no hacia los extremos. De ahí que numerosas voces reclamen no solo un cambio de mentalidad, sino también del ropaje ideológico y emocional en el que estamos instalados. Y es que ya no nos valen para andar por el siglo XXI las retóricas ancladas en la polarización o en la emocionalidad típicas de la Europa de entreguerras.
El discurso de Rufián nos interpela a todos los demócratas. No se puede poner en peligro los éxitos históricos de la España contemporánea. Ni la independencia de Cataluña es posible desde posiciones de confrontación, ni se acabará con el neoliberalismo asaltando el palacio de invierno. No vendría mal, una nueva cultura política más relacional, pedagógica y autocritica. Una vuelta al dialogo civilizado, a la conversación publica imbuida de ética, como diría Tony Judt. Y ello solo es posible si construimos un discurso del nosotros con los otros, como paradigma de convivencia y civilidad.
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