En una monarquía parlamentaria, la presencia del Rey en el Parlamento es la expresión constitucional del vínculo entre los depositarios de la soberanía nacional y el jefe del Estado. La frase no es mía. La pronunció ayer el Rey, Felipe VI en el solemne acto de apertura de la XII Legislatura. Hay, en toda la bien coreografiada escenificación de este hito en el camino de nuestra democracia, un sentimiento de identificación en un proyecto que va más allá de los nombres de los diputados y los partidos a los que pertenecen. Y esas palabras fueron pronunciadas en la Cortes Generales, el hemiciclo que representa la soberanía nacional de todos, incluso de los que gustan de significarse allí haciendo y diciendo sandeces. Y visto lo visto ayer, no creo que en España falte democracia: lo que falta es educación. No es una cuestión de siglas o de modelos de Estado. Es una cuestión de respeto y sentido de Estado, como hemos visto estos días atrás en Estados Unidos. “Somos, antes que nada, norteamericanos. Después, que cada cual se sienta republicano o demócrata o vote a quien quiera, pero americanos primero”.
Qué lejos están algunos, en ese hemiciclo, de comprender y asumir esa sencilla formulación del éxito colectivo. No son necesarios y están de sobra todos esos ejercicios de forzado desdén y milimétrica grosería. No son buenos ni para España, ni para la democracia, ni en el fondo para ellos, porque esa grosería colectiva no sólo les retrata a la perfección, sino que ayuda a perfilar con más claridad los límites del terreno que dominan y de los que cada vez sale más gente, que esperaba legítimamente un cambio de discurso y se ha encontrado con una colección de charlatanes. Es más fácil lucir camisetas reivindicando a chulos de barra y darle al tuiter mientras habla el Rey que sentarse a trabajar de verdad para todos. Y lo malo, y a la vez bueno, es que los vamos a tener el resto de la legislatura en este plan. Y como eso cansa, y mucho, en la próxima legislatura serán aún menos.
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