En la sociedad de la diversión y el espectáculo, los charlatanes aparecen como las nuevas estrellas del firmamento político y, las audiencias dan fe de ello. Es lo que ha pasado en los EEUU con ese personaje excéntrico llamado Donald Trump. Las elites y la prensa de referencia no deberían mirar para otro lado. En España, ocurre igual, mientras les damos la voz a los Rufianes y similares, dejamos a diputados como Manuel Cruz, excelente filósofo y persona, en la irrelevancia.
La audiencia manda
La democracia no entusiasma. Estamos necesitados de emociones. Desde esta perspectiva, es normal que la lógica de la confrontación y la división se impongan. Y los medios lo que van hacer es amplificar toda esa corriente, por una sencilla razón, su audiencia sube. En nuestro país esto ocurre, principalmente, con el llamado Procés catalán, que de forma ostentosa ocupa la agenda política de los últimos años, como si el resto del país no existiera. Igual le ocurre al Podemos de Pablo Iglesias, que con la ayuda de la factoría electoral del PP y, el gran Wyoming, se han convertido en otro foco mediático de importancia.
La era digital trastoca todo los valores tradicionales del periodismo hasta ahora conocidos. El mismísimo Obama, explica, que no había imaginado que las redes sociales iban a exacerbar tantos nuestras diferencias. La propaganda, las medias verdades cuando no las mentiras, los rumores y consignas forman parte ya de la nueva política comunicativa. Deberemos aprender a navegar de forma más sociable por este mundo globalizado y en conflicto permanente. No debe olvidarse que la democracia necesita del bien público y la virtud ciudadana, algo que no pocos han echado de menos en las elecciones americanas.
¡Y Rajoy sonreía!
En este contexto, qué emociones y sobresaltos nos depara el futuro. ¿Gobernará la extrema derecha en Francia? Se proclamará la independencia de Cataluña de forma unilateral? En nuestro país, no son pocos los estrategas de llamar la atención, que parecen encontrarse más cómodos en la política espectáculo, que en el pragmatismo o el posibilismo, más aburrido o pequeño burgués. Veíamos la de abrazos y besos que se daban unos y otros en el debate de investidura.
¡Y Rajoy sonreía!
Y es que tuvieron la oportunidad de echarse a un lado y posibilitar un cambio pero sus egos no se lo permitieron. Desde luego con esta oposición y este gobierno, de momento poco hay que hacer. Mientras tanto, unos apelan a la ética Ortínez, aquel burgués ilustrado catalán que al terminar la guerra civil le preguntaron qué se puede hacer y el dijo que se trata de que cada uno en el ámbito de su trabajo y de su vida lo haga lo mejor posible y que todos nos beneficiaríamos. Otros, reivindican la necesidad de escucharnos más unos a otros.
La irrealidad
Ahora sin esperar a las grandes revoluciones ni a los futuros paraísos que puedan venir, si se les podría pedir a estos nuevos líderes que si aparte de mirarse en su ombligo y dejar el show, se pusieran a trabajar no vendría mal. ¿Se pude hacer algo más o mejor para aumentar el empleo? Podría ser un tema para debate en el Parlamento, si a sus señorías les parece bien; otro tema podría ser el territorial, somos capaces de cortar esa deriva de insultos e improperios y de mala sangre y proponer alguna alternativa para el asunto catalán. Si a sus señorías les parece bien, podría ser también un tema interesante para debate parlamentario y, suma y sigue.
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