Hace días cumplí años.
Por curiosidad, hojeé el “Yugo” -el único periódico, entonces, de la provincia- del día de mi nacimiento. Llevaba un chiste: una señora va a una farmacia y le dice al boticario: “Dice mi señorita que esta medicina para abrir el apetito no le da resultado”. Le pregunta el farmacéutico: “¿Cuándo la toma?”. Y responde la joven: “Después de comer”. ¡Pá mear y no echar gota!
Pero tampoco entiendo las ganas de aumentar el apetito porque, ese mismo día, anunciaba que con la cartilla de racionamiento se podría retirar un cuarto de litro de aceite, a 1’20 pesetas; 200 gramos de azúcar blanca (sic.), a 1’50; 250 gramos de arroz, a 0’80; 250 gramos de harina de maíz, a 0’50; y, para las cartillas infantiles, 200 gramos de arroz, a 0’80, y dos botes de leche condensada a 4.
Y, para hacer bueno el hoy es siempre todavía machadiano, también decía el “Yugo”: “nuevos desórdenes se temen en Siria”.
Setenta y un años hace. Estoy, pues, viviendo la ancianidad que, según el Diccionario oficial, es el “último periodo de la vida ordinaria del ser humano”, si bien explica que ancianismo es el “último periodo de la vida”, de lo que resulta que Rita Barberá ha muerto en el ancianismo... sin haber entrado en la ancianidad. Y que Fidel Castro, por el contrario, ha muerto, ya, en la decrepitud: “muy disminuido en sus facultades físicas a causa de la vejez”. Le pido a Dios no llegar a esta etapa. Prefiero, como dice Antonio Gala, morir vivo, autosuficiente.
¿Exagero mucho si digo que a Rita Barberá la ha matado la hipocresía, la deslealtad y la traición del PP –con el Congreso triunfal de Valencia lanzó a Rajoy a la Presidencia del Gobierno- al servirle su cabeza a Albert Rivera, ese joven mitómano de psiquiatra que se dice el nuevo Adolfo Suárez?
El PP, fue ruin: dijo por boca de los niños, ingratos arribistas a quienes ya siempre despreciaré, estar “avergonzados y hartos” (Casado), con un “grado de náusea extremo, insoportable...” (Maroto); “es bueno que la casa se limpie”... (Alfonso Alonso), “en los últimos tiempos, no ha ejercido ninguna dignidad ni ejemplaridad” (Maroto). Y el Gran Jefe: “Nosotros [yo] le pedimos que renunciara a la militancia y ella lo ha hecho. El presidente ]yo] ya no tiene autoridad sobre ella.”
¡Coño! Y van y le echan la culpa a la prensa-hiena.
Ellos tiraron como un kleenex a una militante constitucionalmente tan inocente como un niño recién nacido -ni había sido juzgada- y la dejaron en la más miserable soledad: olía a tristeza y a ceniza fría. Pasar de la multitud en las Plazas de Toros a la soledad de una habitación de hotel, mata. Lo escribe el mediático Padre Ángel: “la soledad causa más muertes que las enfermedades, que los accidentes de tráfico, que el cáncer, que el sida... Hay que evitar la soledad.” ¡No digamos provocarla!
Y me acuerdo, claro, de la célebre frase de Martha Griffiths, la diputada americana, muerta a los noventa y un años, refiriéndose a James Blanchard, al que hizo Gobernador de Michigan, y luego la abandonó: “El mayor problema en la política es que ayudas a algún hijo de puta a conseguir lo que quiere y después te tira del tren”
¡Los perros abandonados son acogidos por alguna Asociación protectora! Rita Barberá ha muerto, desamparada -¡cruel: su patrona era la Virgen de los Desamparados!- en una habitación de la acera de enfrente del Congreso, en el que los miserables diputados de Podemos, corroídos por la sangre negra del odio, se ausentaron, incapaces de la normalidad humanitaria de guardar un minuto de silencio.
Sin duda, en su soledad amarga, se acordaría de Benedetti: “tengo duelo y tengo rabia y tengo / un reproche que empieza en mis lealtades”. Y, ya puesta, pensaría también con el poeta: “vivir / después de todo / no es tan fundamental.” Y se moriría.
... Y vuelvo a mi vejez, física pero no espiritual, porque para mí la vida es una cuestión de intensidad, no de extensidad. No comparto con Samuel Butler que “la vida es un largo camino hacia el cansancio.” Creo, como Shakespeare, que “el pasado sólo es un prólogo”. Cuando nací, mi esperanza de vida era de 53 años; ahora, de 83. Los primeros, los he superado; ¿llegaré a los segundos? Elucubrar es una chorrada supina.
Envejecer es asumir, como dice Murakami, que “el tiempo no se detiene: el pasado crece. El futuro mengua. Las posibilidades disminuyen.” La cuestión está en determinar qué posibilidades, adaptarse al paso del tiempo, cambiar las actitudes en función de las aptitudes, asumir que la felicidad cambia. Y tengo puesta la ilusión más feliz en que para la noche de San Juan del año que viene mi vida haya alcanzado la dimensión absoluta de la felicidad de un viejo renacido.
Un año en la alcaldía
El martes se cumple un año de la elección de Ramón Fernández Pacheco como Alcalde de Almería.
Pude que sea el alcalde de capital de provincia más joven de España. Pero ¿a qué región pertenece esa capital? Porque todavía no lo ha recibido la Presidenta regional, ocupada en cargarse a Pedro Sánchez, aspirar al gobierno de España... e intimar con Iceta “el gafe”: tras su éxito con Sánchez y la Clinton, yo, de ella, le diría aquello de alontanate, pericolo.
Pero Ramón, el buen y tenaz alcalde, es indesmayable.
Los Premios Macael
Macael ha celebrado la XXX Gala de sus prestigiosísimos “Premios Macael”.
Por estar fuera de Almería no pude asistir, pero mi espíritu compartió la emoción de ver a mi Macael, una vez más, convertido en el centro del mundo empresarial español con proyección internacional, pues los Premios han sido concedidos -y cito sólo los países- a Argentina, Rusia, Marruecos, EE.UUU., Ucrania, a más de ESpaña- por obras realizadas con nuestro mármol.
¡Admirable Macael, la Comarca del Mármol, y sus empresarios!
El Coronel jubilado, ¿jubiloso?
Tras diez años al mando de la Comandancia de la Guardia Civil de Almería, Francisco Jiménez, su Coronel-Jefe se ha jubilado.
Jubilación viene de júbilo, y debería convertir en jubiloso al jubilado. Pero me pregunto si le hará feliz, e, incluso, si será capaz, de dedicarse a la vida plácida: cuando se ha dado la vida a la protección del prójimo, ¿puede uno considerarse prójimo a sí mismo y dedicarse su tiempo?
Con el agradecimiento que, como almeriense, le debo a él y a sus hombres, le deseo que sea jubiloso.
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