Puerto-Ciudad: el proyecto inviable

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 16 dic. 2016

Es irreprochable la muestra de buena voluntad de las partes intervinientes en la firma del protocolo de voluntades para la futura realización del proyecto Puerto-Ciudad. El alcalde de Almería ha fijado este objetivo como una obra de gran impacto para el inmediato futuro de la capital recuperando la necesaria simbiosis del puerto y la ciudad en armonía y con variada sinergia en aspectos urbanísticos, comerciales, ocio, cultura, turismo… En fin, lo que ya se conoce y se disfruta en proyectos felizmente conseguidos en Málaga, Alicante, Valencia, Barcelona, etc.
El problema de esta voluntad de proyecto radica en los escasos -nulos- precedentes tangibles en los que pretende asentarse. Para empezar, queremos construir en un lugar del que no se conoce su disponibilidad, cargas, servidumbres… y, lo peor, posibles hipotecas subyacentes en pretendidas acciones paralelas. Me explicaré.
Queremos construir en una parcela propiedad de terceros con derecho a la gestión del inmediato entorno a su discrecionalidad. Queremos vender sobre plano y financiar la construcción con las entregas a cuenta de los futuros beneficiarios. Queremos que los futuros beneficiarios se lancen al voluntarioso proyecto sin garantías sobre las actividades que les pueden disturbar el futuro de sus negocios… En fin, que si ha sido seráficamente voluntarioso el protocolo de firma del acuerdo, no es más endemoniado el desarrollo del mismo. Es difícil pretender una irrefrenable pulsión de inversión cuando invitas a empresarios a instalar un restaurante de cierto nivel, boutiques de renombre, franquicias multinacionales, museos, centros de ocio… y resulta que dos de los abajo firmantes (Cámara de Comercio y Autoridad Portuaria) pierden los pulsos por la llegada del mineral al puerto -ya sea en tren o en camiones- y, además, que continúen las estibas de granel a la intemperie; depósitos de chatarra; terminal de contenedores; servidumbre -de esto se habla poco- de interés estratégico militar y el “irrenunciable” deseo de la conexión ferroviaria para diversos fines comerciales. Así las cosas, ahora van y le dicen al chef con pretensiones de estrella Michelin que reserve un espacioso local para abrir un restaurante con estas amenazantes expectativas aún no aclaradas. Insisto, por enésima vez, que el puerto jamás podrá dar el primer paso para la integración con la ciudad si antes no se despeja el asunto de la Terminal Marítima. Esta terminal es una frontera internacional con el Norte de África y, allá donde esté; y, siempre (hasta que el Magreb no se integre en la UE o el islam reconquiste al-Andalus. Dios no lo permita), habrá de estar rodeada de una valla y la vigilancia policial fronteriza que garantice su impermeabilidad. Ya no sé cómo decirlo, pero si Autoridad Portuaria no pone sobre la mesa un proyecto concreto de traslado de la Terminal Marítima todo esto es un melancólico artificio que no conduce a nada. Ya he explicado en varias ocasiones que la mejor solución pasa por “blindar” el Puerto de Pechina (donde ponen el mineral al aire libre) ya que es un fondo de saco al que se accede por la glorieta de Pescadería, e instalar allí la Terminal Marítima Internacional que obtendría mejor control aduanero y un aislamiento (obligado) que en nada perturba a la capital. Así, no sólo se liberaría la verja desde la Fuente de los Peces; quedaría todo libre desde la misma rotonda de Pescadería. Claro, para eso Autoridad Portuaria ha de renunciar a seguir contaminándonos de polvo de mineral; renunciar a la amenaza del mineral de las minas de Alquife; renunciar a la conexión ferroviaria para futuros “inventos” y, por último, afrontar como tiene que ser, que un puerto literalmente metido en la ciudad no puede ser un batiburrillo de abigarradas actividades incompatibles. Las actividades industriales, al mejor puerto industrial de la provincia: Carboneras. Y la dársena portuaria de Almería para lo que dicen que quieren hacer, pero nunca podrán sin antes poner remedio a las evidentes incompatibilidades, impedimentos y servidumbres disuasorias para cualquier emprendimiento medianamente civilizado.







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