Cualquiera diría que en el Congreso de los Diputados están velando armas. Quizás porque los partidos andan en sus batallas internas antes de salir a guerrear, lo cierto es que, en medio del fragor mediático, parlamentariamente están pasando cosas, como la paralización de la LOMCE, hasta ese momento sagrada para el PP, o la ampliación de la baja por paternidad, y, sobre todo, la delimitación del perímetro en el que es posible modificar la Constitución, incluso para los que hace tres meses abominaban de ello. Si pasan cosas, será porque hay pactos, inimaginables hasta hace pocas semanas. No se olvide que estamos aún convalecientes de un tremendo desgarro emocional por la abstención del PSOE -no había otra alternativa más que el ridículo de repetir nuevamente elecciones- para alumbrar un Gobierno, débil parlamentariamente pero suficiente para que la legislatura arrancara después de casi un año de bloqueo pernicioso para el país.
En Podemos y en el PSOE la bronca es muy seria. En el PP y Ciudadanos va con sordina y sin sangre, de momento. Pablo Iglesias, aliado ahora con la corriente anticapitalista, quiere laminar a Iñigo Errejón y los suyos. Debe andar preocupado por los resultados de la purga porque ha pedido a Monedero, o sea a los legionarios de Podemos, que intervenga. Fiel a su estilo, Monedero hizo unas rondas de vigilancia por las Cortes y le espetó a un diputado podemita: “Ojito con lo que dices”. Aunque se ha tratado de disimular la bochornosa amenaza, el que la recibió, Yllanes, es un personaje serio, juez de profesión, muy respetado por todos, al que se supone incapaz de inventar el incidente. “Fue un malentendido”, ha dicho Monedero, pero quien lo conoce, sabe cómo se las gasta.
Fracción en el PSOE Entretanto, el PSOE está dividido en tres facciones: los de Susana, los de Sánchez y los de “ni Su, ni Sa”. O sea, “ni Susana, ni Sánchez”. En ese grupo se alinean los vascos de Idoia Mendía que, mientras otros se dedican a la batalla orgánica, hace política y avanza. Sin pedir permiso a la Gestora, menos mal, cerró un acuerdo con el PNV capaz de alumbrar un Gobierno de coalición en Euskadi, sin traumas, capaz de alejar del poder a los independentistas de Bildu, hasta generar este lúcido titular de Urkullu: “La independencia no es posible en tiempos de globalización”. Leído desde Cataluña, donde en la carrera hacia el despropósito compiten la CUP, Esquerra y los ex convergentes, el titular hiere. Idoia, serena y eficaz, nos explicaba el otro día en Madrid que le interesa el país y no la pelea interna de su partido. Y añadía un dato clave que debería figurar en su currículo: “Yo no milité en las Juventudes Socialistas”. Su director de Gabinete, José Luis Aceña, lo traduce: “Aquello era una escuela de malas prácticas donde se aprendía cultura orgánica pero no cultura política”. Comprueben si los dirigentes socialistas si se graduaron en aquella “universidad” y encontrarán en el cuadro de honor a alumnos tan distinguidos como César Luena, Pedro Sánchez, o Susana Díaz, entre otros.
Pero Susana pisa fuerte. Hasta Jaén se ha llevado al expresidente Zapatero para exhibir sus apoyos en la batalla congresual socialista, que se producirá quien sabe cuándo y quién sabe dónde, en la que se teme un alto número de bajas de militantes y sobre todo de votantes ya escandalizados por lo que un diputado socialista denomina en privado como “aquel Comité Federal de Puerto Hurraco”.
En ese cuadro escénico, los periodistas parlamentarios convocaron su entrega de premios anual en una divertida cena en la que se demostró que hay espacio para el humor, la ironía y la hermandad relativa en un descanso de la batalla. Brilló en su discurso Ana Pastor y encajó deportivamente Iglesias su Premio al Azote de la Prensa. Hábil creador de imágenes y contenidos como es, se vengó de los informadores ese mismo día convocándolos en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso y, sentándose en la alfombra, lo siguió la mayoría, rodeándolo, en una estampa propia de una excursión escolar y no digna de un salón parlamentario. Definitivamente, Iglesias de esto sabe mucho.
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Manuel Campo Vidal