¿De qué sirve el discurso del Rey?

Ramón de la Cruz
01:00 • 26 dic. 2016

El de este año dicen que fue de gran acento social. De marcada preocupación por las desigualdades y de esperanza puesta en su corrección futura. También, como viene siendo costumbre de un tiempo a esta parte, hubo algún que otro mensaje en clave de tensión territorial, esta vez, posiblemente, como consecuencia del desafío secesionista que amenaza con transgredir las leyes a través de una potencial consulta territorial – otra más- convocada unilateralmente desde Cataluña. 
Pero, sin embargo, todos los análisis que se pudieron leer en el día de ayer apostillaban que, en ningún caso, Felipe VI se refirió “expresamente” a Cataluña, ni tampoco concretó que era eso de una España decidida a “afrontar grandes dificultades” ni quiénes eran esos que han tenido que soportar “grandes sacrificios”. Realmente siempre es y ha sido así, porque nos gusta que así sea. Hubo alguien que después de escuchar al Rey resolvió, por aquello de los significantes vacíos, que de pronto el monarca había mutado en podemita – o en errejonista, no se me enfaden los pablistas-. 
Entonces, ¿de que sirve el discurso del Rey? Yo se lo digo: les sirve a los políticos. Para salir a dar explicaciones, para agotar otro plazo de la burocracia institucional. Al discurso le siguen las valoraciones partidarias, y éstas se llevan más a cabo pensando en el qué dirán de lo que digo, que en la opinión real que se tiene de lo que ha dicho el monarca. Después, al día siguiente, se fabrican editoriales más o menos condescendientes y que, si se comparan con los del año anterior, no difieren en absoluto de su contenido principal. Todo es un mecanismo. 
Aunque este año también se dieron algunas reacciones exóticas. El siempre simpático Gabriel Rufián le dedicó una carta ayer al monarca que, en su empeño por encarnizar su apellido, hizo honor a aquello que dijo Pérez Reverte de que la “España que puso a Rufián en el parlamento merece irse al carajo”. Y después de todo, nada queda. La influencia del discurso del Rey se evapora en la obligación que se tiene por parte de medios y partidos en valorarlo y, una vez así, a otra cosa. Dice la Constitución que el Rey es neutral. Y buscando respetar ese mandato, lo que hemos conseguido es neutralizarlo.







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