No se habla de otra cosa en los medios nacionales que de las medidas impuestas por el Ayuntamiento de Madrid para reducir la contaminación atmosférica en esta gran ciudad “diseñada” para absorber un gran número de vehículos por las innumerables arterias de comunicación que han ido creciendo en función de la demanda de usuarios que aplauden la apertura de nuevas vías de alta capacidad como signo de modernidad y que, al mismo tiempo, sirve de aval para el gobernante con redoblado respaldo electoral. A su vez, los usuarios son impelidos al consumo de vehículos modernos mediante planes de actualización del parque automovilístico que el Gobierno anima mediante subvenciones o reducciones impositivas. Además, la política económica destaca como prioritario el sostenimiento de la industria automovilística como estabilizadora de un gran número de puestos de trabajo directos y derivados de la industria auxiliar; sin olvidar la gran cantidad de ingresos para el Estado dimanantes de diversas modalidades de impuestos, certificados, licencias, permisos, multas, combustibles… en fin, como respuesta a esta irrenunciable y exhibida incitación al consumo de la segunda inversión familiar (primero es la vivienda y después el coche) aparecen los problemas como una catástrofe sobrevenida e imprevisible a la que hay que dar solución apresurada y con escaso éxito, como se demostrará en días sucesivos cuando se compruebe la incidencia de las medidas en base ideológica que, entre otras cosas, logrará desviar el foco de atención mediática en la guerra interna que libra Podemos. No olvidemos que estos politólogos teóricos se lo tienen todo aprendido, y se mueren por llevar a la práctica la alquimia sociológica de extrema izquierda con medidas que pongan a prueba la tenacidad de la sociedad en la que experimentan sus ocurrencias, instando al uso de la bicicleta, el coche eléctrico o transporte público como solución a la polución ambiental. La inmersión en la uniformidad decretada es el reto permanente de la secta comunista que insta a una estética identitaria en el vestir, el creer, el desplazarse, el hablar, el consumir, el respetar, el tolerar… en definitiva, nos invitan a quedar prestos y dispuestos a aceptar sus tendencias y normas como antesala de la imposición y la prohibición que se hará efectiva a mayor extensión de su control institucional.
Carmena ya tiene un coche oficial eléctrico, y con eso ya predica el ejemplo de prescriptora medioambiental. Los eléctricos son vehículos permitidos porque para estos ignaros no contaminan por la infantil observación de que no emiten humos y partículas. Lo cierto es que un coche eléctrico ya viene “contaminado de casa” al exigir una energía que ha tenido que ser producida y transferida. Para cargar las baterías de un vehículo eléctrico hay que enchufarlo a la red y transferir la energía a un acumulador, dejando esa energía electroquímica almacenada a la demanda de un motor eléctrico. Es decir, se ha producido una pérdida de energía por transferencia. Es como si quieres beber un té recién servido del hervidor: quema. Se puede bajar la temperatura trasvasando a otro vaso (pérdida de energía por transferencia) y, si se cambia de vaso varias veces, antes quedará reducida la temperatura. Así, de una central eléctrica a la red; de la red a un cargador; del cargador a una batería y de la batería al motor hay pérdida de la energía previamente producida en la central térmica, nuclear, hidráulica…
Si se alcanzara el nivel de cuatro coches eléctricos por cada cinco existentes en Europa, serían necesarias 140 centrales nucleares como la de Trillo (Guadalajara), ya que se necesitarían 150 gigavatios para cargar tantas baterías. O sea, que el futuro de las políticas energéticas y la solución medioambiental de estos aprendices de brujo pasa por la proliferación atómica… o volver al velocípedo y el carruaje. Mientras tanto, el desplazamiento del anticiclón se ocupará de la solución. Y la borrasca (y el tormento) continuará en Podemos.
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