Y no lo parece al que de paso lo visita. Segundo en extensión de la provincia de Almería, a 1.100 metros de altitud, con montañas a su espalda que sobrepasan los 2.000, dando cara a la Muela de Montalviche (la montaña más interesante del Sureste), con vistas que se extienden hasta el horizonte mediterráneo; dotado de los servicios propios de un gran municipio, a una hora por autovía de las playas murcianas y almerienses, “Conjunto histórico artístico”, castillo renacentista, abrigos con pinturas rupestres declaradas por la Unesco patrimonio de la Humanidad; clima agradable, paz, tranquilidad y… muy buena gente.
Antes de llegar a este lugar el viajero se encontrará, a la vera de la carretera y a vista de pájaro, con un valle (la vega de Arguit-Alara) que se extiende hasta el rio Corneros, junto al Guadalentín murciano; de seguida, ya en el recinto urbano, comprobará que Vélez-Blanco es algo más que un castillo y unas pinturas. Apreciará entre otras: la Plaza, conformada por la Iglesia parroquial (s. XVI) y un conjunto de edificios señoriales (ss. XVIII y XIX) y, en paralelo, las calles Almirante (ahora Dr. Guirao Gea) y Mundo Nuevo -así rotuladas desde hace siglos para rememorar las efemérides del descubrimiento de América-; luego, el barrio de San Francisco con el convento de San Luis ( s. XVI); y las de Vitoria (ahora Madrid) y San Marcial, que traen causa de la guerra contra Napoleón; y retrocediendo en seis centurias, los barrios del Arrabal y Morería con sus callejas: Oriente, Hornos, Turco, etc. -evocadoras de su pasado árabe-. En fin, un callejero interesante si bien: con el baldón que suponen pavimentos y rotulaciones deficientes junto a la presencia de tendidos de telefónica y eléctricas adosados negligentemente en postes y fachadas o campaneando sobre las cabezas de los transeúntes, cosas impropia de una villa que se ofrece como “conjunto histórico artístico”.
Luego se sorprenderá del agua que brota por manantiales sitos dentro del recinto urbano del pueblo (Cinco Caños, de la Novia, de Caravaca, Badén, Mesón, Alameda) y que acaban regando la vega tras su paso por acequias y pilones. Un espectáculo insólito en la Almería sedienta; si bien, ahora se cierne la amenaza de su agotamiento a causa de la sequia y/o por los bombeos de aguas subterráneas al parecer excesivos o descontrolados que se vienen realizando por empresas hortofrutícolas foráneas. Amenaza que afecta a Vélez-Blanco y la comarca de los Vélez, cuyo mantenimiento quedaría en precario sin el agua de sus fuentes.
Después se dará cuenta de que se palpa el silencio. Fuera de la travesía, le parecerá encontrarse en un pueblo abandonado que, de hecho, ya está en vías de serlo. A título ilustrativo, basta señalar que pedanías como Derde, que en su día tuvo Iglesia, párroco y escuela, ya está cerrada; otro tanto sucede en el resto de los caseríos del campo y de la vega. Incluso dentro del mismo casco urbano ya lo están más del 60 por 100 de sus edificios. La secuencia es desoladora: de 6.000 habitantes, en 1900, en 1970 ya estaba en 4.000 y hoy día en poco más de 2.000, con una densidad media de 5.03 habitantes /km2, la más baja de la provincia. Y lo preocupante es que las escuelas se están quedando sin niños y que el vecindario compuesto en su mayor parte por jubilados, no se repone.
La esperanza que ofrecieron en su día la creación del “Parque Natural Sierra María Los Vélez” o las declaraciones de “Conjunto histórico artístico” para el casco urbano del pueblo y de “Protección de la vega”, no han evitado la decadencia del municipio. Se trata de actuaciones bien gestionadas pero que, de hecho, han supuesto limitaciones urbanísticas y cortapisas administrativas que llevan a empresarios y constructores hacia otros lugares. Por su parte, el Ayuntamiento se encuentra impotente para atajar la situación: apenas si cuenta con recursos para atender los servicios municipales básicos.
En fin, a pesar de las dificultades algo habrá de hacerse para evitar el decaimiento de este pueblo. Su pervivencia está en juego. Vale la pena intentarlo.
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