El 1 de enero de 2016, Fausto, mi nieto, me preguntó: “abuelo, ¿qué diferencia hay entre estar en 2015 o en 2016, cómo se nota”? No supe responderle.
Nos empeñamos en complicar lo del tiempo, cuando es muy sencillo: estamos hechos de tiempo: lo que sucede desde que iniciamos el nuestro hasta que lo acabamos, es la vida. Lo definieron muy bien John Lennon -“la vida es lo que va pasando”- y Camilo José Cela: “cada cual es lo que va pudiendo ser.”
“No existe el tiempo / solo el sol, luna y colores, dan la medida de lo que sucede” escribe La O Guillén, poeta. Sin embargo, yo creo, con Benedetti, que existen los instantes, cada uno un copioso universo: se viven los instantes.
La jovencísima y sabia Lavinia Petti escribe: “me pregunto por qué cuando los hombres tienen a su disposición millones de horas, optan por no vivirlas. Siempre es la misma historia: nos damos cuenta de lo que tenemos en el momento mismo en que lo perdemos. Hasta el tiempo... La vida desperdiciada, mientras, inadvertidamente, pasa por delante: las largas horas pasadas en las salas de espera de los dentistas y en las paradas de autobús; los años empleados en amar a alguien incapaz de corresponder nunca, los meses pasados en desarrollar trabajos estériles, los minutos infinitos pasados con la mirada en el vacío y en preguntar qué hacer de la propia vida, más que empezar a vivirla.” Yo creo que la vida es cuestión de intensidad –el instante de Benedetti, el carpe diem- y no de extensidad; que al que no vive con pasión se lo lleva la niebla; que el futuro siempre acaba por convertirse en pretérito. Sólo es realidad el presente inmediatísimo.
Pero ni aún esto es pacífico: los sabios se pierden en vanas trifulcas retóricas filosofando sobre el tiempo, y cito, sólo, a unos pocos: San Agustín: “el presente existe, pero no perdura y, en cambio, el pasado y el futuro tienen duración, pero no existencia”; Murakami: “el tiempo no se detiene: el pasado crece. El futuro mengua. Las posibilidades disminuyen.” Shakespeare: “el pasado es, sólo, un prólogo”. Woody Allen: “me interesa el futuro porque es donde voy a pasar el resto de mi vida”; Einstein: “la distinción entre pasado, presente y futuro es, sólo, una ilusión por persistente que sea.”
Lo que yo quiero decir es más sencillo: 2017 ha empezado –como acabó 2016- con un brutal atentado terrorista, esta vez en Estambul; 2017 ha empezado con un femenicidio, de los que en 2016 hubo 44. El 1 de enero, desayuné churros, igual que en 2016, y, el día de Reyes, roscón...
¿En qué se nota que cambiamos de año? Desde hace muchos parece -dice el mismo Murakami- “como si los tornillos que sujetan el mundo se hubieran aflojado”. No va a ser éste el año en que el mundo enloquezca: lo de Trump sucedió en 2016. Y como digo lo de Trump podría citar infinitas locuras ya acaecidas... y que tendrán continuidad: habrá elecciones en Francia, Holanda, Alemania e Italia; continuará aumentando la xenofobia; Europa seguirá desintegrándose por los nacionalismos; se consumará -¿cómo?, es otra cosa- el Brexit; continuará el drama de los refugiados; no se acabarán las guerras; seguirá creciendo la inflación y perdiendo poder adquisitivo el euro; continuará aumentando el terror del terrorismo con merma de nuestras libertades... Como se ve, todo eso continuará, no empezará en 2017. ¡Si ya lo filosofó Julio Iglesias: la vida sigue igual!
¿Y Almería? Seguirá marcando su excentricidad –no sólo física-, sus profundas diferencias con Andalucía, a la que pertenece sólo por una tramposa cacicada legal. ¿La última muestra? Es la única de las ocho capitales que ha aumentado su población y su pujanza. Pero seguirá siendo preterida y los almerienses no reivindicaremos ante los despachos de Sevilla que queremos ser nosotros como somos, a nuestra manera.
A fin de cuentas, el fetichismo de los años no es sino una medida de tiempo, un referente para datar las cosas, que varía según las culturas: nuestro 2017 se corresponde con el 4715 chino, el 5778 judío, el 1439 islámico, el 2559 budista, el 1739 copto, el 5131 maya, cada uno de los cuales comenzará en fecha distinta… ¡Qué más me da el año en que estemos!
¡Pero ya está aquí 2017! Le agradecería que hiciese que me sintiera mimado –la sensación de abandono es un horror- y, sobre todo, que, hacia la Noche de San Juan -¡la Noche!- la vida me dé el más maravilloso de los regalos que le queda por hacerme.
Y, a Vd., le deseo lo mejor, de todo corazón. Aunque poco pueda hacer yo por convertirlo en realidad, pues no es verdad que querer sea poder; es justo al revés: poder, es querer. Y yo, poder no tengo.
...Pero la vida sigue. Para cada uno, a su manera. La de la vida, digo.
Romería a Torregarcía
A la Virgen del Mar le gusta rodearse de sus hijos. Para no perder tiempo, hoy, apenas comenzado el año, nos invita, como buena marinera, a su casilla de la Playa –la Ermita de Torregarcía- a ser felices con Ella.
Con certeza, acudiremos varias decenas de miles, en una alegre y feliz fiesta de familia a la que hasta el clima, sin duda, se sumará, a la orilla del mar al que, hace más de cinco siglos, llegó navegando sobre las olas en una concha de fina espuma con su hijo –sus hijos, nosotros todos- en brazos.
García Lorca, reelegido
El Gobierno ha reelegido a Andrés García Lorca como su Subdelegado en Almería.
Como almeriense, me alegro y lleno de esperanza porque, en los años en que ha desempeñado el cargo, lo ha hecho de manera eficacísimas, tenaz y discreta. Pruebas, hay muchas. Y la experiencia pasada sólo puede enriquecer su gestión futura.
Creo que Almería tiene la fortuna de contar con dos buenísimos Delegados gubernamentales, pues al del Gobierno central se une Gracia Fernández, espléndida delegada de la Junta de Sevilla.
Han premiado a una estrella
A una, una sola. Y, parece un milagro, está en tierra firme, en la Plaza del Carmen, a veinte pasos del kiosko Amalia y diez de mi casa: la Cervecería “La Estrella”, de la que ya escribí va a hacer un año, sobre doña Kika, la matriarca, siempre elegante y sonriente, y Ubaldo, el dueño. El pasado martes han ganado el “Premio al Mejor Bar de Almería 2016”, por la calidad en el género: su compromiso, amabilidad y servicio con los clientes, y porque ir a “La Estrella” es como estar en casa.
¡Qué justo premio!
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