En estos días de buenos propósitos para el año que comienza quiero recordar lo que hace unas semanas me comentó un amigo agricultor en defensa de su profesión y del primer motor económico de esta provincia. Sentados dentro del invernadero, cada uno sobre una caja de campo, me explicaba el esfuerzo que había hecho para modernizar la finca y lo difícil que se estaban poniendo las cosas. Él estaba enfadado con los que hablan mal de los agricultores, con esos que no entienden la agricultura como lo que es y se dedican a atacar al sector económico que genera la mayor parte de la renta en la provincia de Almería.
Mi amigo, que se llama Isidro, me decía que sin los hombres y mujeres del campo en Europa no podrían comer frutas y hortalizas durante el invierno. Llegaba más lejos en sus afirmaciones, y me aseguraba que Almería da de comer a Europa, algo que ha quedado demostrado durante este crudo invierno en el que el mar de plástico almeriense se ha quedado solo en el mercado y ha sido el único proveedor.
Isidro no exagera, aunque por desgracia muchos de los residentes en Almería vean la agricultura de invernadero como algo desconocido, que afea el paisaje y que agota los recursos disponibles. Lejos de una primera impresión basada en la ignorancia, es justo reconocer la importancia del trabajo diario que miles de explotaciones agrícolas llevan a cabo. Gracias a ese trabajo, los tres colores de nuestro pimiento, el rojo intenso de nuestros tomates o el brillante negro de nuestras berenjenas llegan a los menús diarios de millones de europeos que no quieren renunciar a una dieta saludable durante el gélido invierno, cuando en sus respectivos países no es posible ni rentable cultivar verduras frescas.
Gracias a ese consumo de hortalizas almerienses fuera de temporada, las principales cadenas extranjeras de supermercados sustentan decenas de miles de empleos que no desaparecen, gracias a que la venta de productos frescos perecederos es uno de los principales incentivos para que los consumidores entren a diario en sus tiendas.Es cierto que la agricultura almeriense tiene muchas cosas que mejorar, pero como dice mi amigo, Almería no tendría universidad propia, ni autovía, ni hospitales de alta resolución, ni colegios, ni centros de Secundaria, sin el crecimiento demográfico impulsado por el desarrollo de la producción agrícola, que durante los últimos cincuenta años ha abrigado el nacimiento de toda una serie de servicios públicos y privados a su alrededor para atender a una cifra de población que, afortunadamente, aún no ha dejado de crecer.
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