Hace cinco años que nació este “Jardín del mar”, tras una propuesta “temeraria” del director de La Voz de Almería, Pedro M. de la Cruz, para que iniciara mi colaboración semanal en el diario almeriense. No me lo pensé dos veces, como suele ocurrir cuando me proponen un reto inspirador. Las columnas empezaron a publicarse el 11 de Enero de 2012, como reflexión a la actualidad política que por aquel tiempo ya era y se preveía trepidante.
La cultura, la infancia, la pobreza, la mujer, la democracia, la inmigración y la Naturaleza son los temas recurrentes sobre los que escribo, sin un plan trazado o sin una ruta preestablecida en el cuaderno de bitácora. Voy navegando y cultivando el jardín marino a golpe de vientos, caboteando por la costa o saliendo a alta mar en plena tormenta. Me declaro náufraga voluntaria en actitud, para poder sumergirme en el mar, dibujando en su inmensidad un jardín en el que plantar y sembrar mis inquietudes que terminan, cada semana, como los mensajes en una botella, en la orilla de algún lector y lectora. La periodista Marta Rodríguez me preguntó en una entrevista junto al mar: “¿Qué te hace escribir?” Guardé silencio y en ese momento lo vi claro. Le dije: “Escribo porque el sufrimiento me conmueve y la frustración la canalizo escribiendo”. Intento entender lo qué y por qué sucede, buscando soluciones desde lo global a lo individual y viceversa, luchando por evitar el famoso conformismo almeriense del que ya hablaba Juan Goytisolo en el libro “La Chanca”. Las cien primeras columnas están publicadas en el libro titulado: “Fondo de mar” de la Editorial Espacio Lector que dirige con valentía quijotesca Rodolfo Criado desde Vera. El libro las envuelve lleno de detalles y simbología: atunes, anzuelos sin cebo, nautilus, caballitos de mar, posidonias, caracolas y colas de sirena enlatadas. Estas columnas, y las cien siguientes, están sustentadas por personajes referentes y por gente anónima, porque creo firmemente que todo el mundo tiene algo que decir. Mis sobrinos, Miguel y Jimena, no dejan de iluminar este intrépido camino y, Mario, de ocho años, incluso me llegó a decir hace unos días: “Tita Mar, tienes razón, somos pequeñas semillas y si todos sembramos una pequeña semillita todas las mañanas al levantarnos el mundo sería mucho mejor”. El no sabe que el camino que hicimos desde la Playa de los Genoveses a San José se me quedó grabado, junto a sus palabras y a su risa infantil, iluminando con destellos de faro estos cinco años de travesía. En ese momento también guardé silencio, mientras él corría ladera arriba reflexionando sobre la responsabilidad que tenemos a la hora de contar las cosas, sobre qué le vamos a dejar a las generaciones futuras y el compromiso que tenemos en esta sociedad convulsa.
Jardín del mar es un jardín marino, que sigue creciendo como si fuera un huerto comunitario porque mucha gente pequeña lo va plantando conmigo. Y os contaré un secreto, un día soñé con ser cuentacuentos en la Plaza de Fna Xna de Marrakech y, tras estos cinco años, creo que este sueño se ha cumplido con creces, eso sí la plaza es un periódico local que llega a cualquier parte del mundo; y la historia en vez de ser contada de manera oral es escrita. Gracias por estar ahí una semana más. ¡Vamos a por otros cinco!
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