Tras un año cipote, confiaba en que éste fuera inteligente. Pero temo que esa esperanza mía puede ser vana.
Es tópico que a una democracia consolidada la define el aburrimiento: todo funciona de una manera tan previsible, tan rodada, tan estable, que no hay lugar al sobresalto, a la inquietud: “democracia es que, cuando llamen a tu puerta a las cinco de la mañana, sea el lechero", resumió Churchill. Hoy, no quedan lecheros ni Churchill.
Hasta hace muy poco, Europa estaba integrada, en su núcleo duro, por democracias aburridas, con la excepción clásica de Italia, que en setenta y un años ha tenido sesenta y cuatro Gobiernos. Y, además, gobiernos capponata, esa ensalada que mezcla muchos ingredientes heterogéneos.
¿Es, la española, una democracia aburrida? Desde luego, no. El siglo XXI llegó arrasando y, como la ponientá de finales de agosto arrastra el verano en Almería, las nuevas tecnologías -la modernidad líquida, del fallecido Bauman- arrastraron la democracia usual, convencional: hace quince años el euro mató a la peseta; diez, el IPhone –y sus derivados- acabó con la comunicación tradicional y con el calor humano, la relación social, la discusión, el razonamiento, la veracidad, la pedagogía…
Dicho de otra manera: cuenta la intensidad, no la cantidad del tiempo transcurrido. Y los últimos quince años han sido tan intensos que se han mordido la cola: de hacer realidad la aldea global –parafraseando a Pedro M. de la Cruz, el mundo fue nuestra aldea- a acabar con ella –ahora, el mundo acaba en nuestro pueblo-, con el rebrote de los nacionalismos ultramontanos: el año pasado, el Brexit; éste, son un peligro anunciado Francia, Alemania y Holanda. Por no hablar del patán, déspota, fascistoide, ofensador y vesánico Trump, que el viernes toma posesión y cuya rueda de prensa del miércoles ha aterrorizado al mundo. Claro que los EE.UU. –democracia habitualmente aburrida- tienen el remedio del impeachment si el cafre se pone su capricho por gorra y hace de las suyas.
La revolución tecnológica convirtió la vida –y hablo ahora de España- hasta entonces más o menos plácida, aburrida, previsible, planificable, en una carrera de Fórmula-1, que niega la razón: la vida política española es una rapidísima carrera de impulsos, muchas veces sólo viscerales, irrazonables e irrazonados. E irracionales. Es esperpéntico que hayamos desaprovechado un año entero en la vida de España por el capricho de un hombre solo que se negó a hacer bueno el refrán clásico de “hablando se entiende la gente”. Poco consuela que lo haya pagado con su muerte política.
Y, claro, eso nos ha llevado a un escenario inestable, que, hacia mayo –el primer momento procesalmente hábil- podría generar la convocatoria de nuevas Elecciones Generales si el Gobierno, que tiene la llave, sigue perdiendo votaciones en el Congreso, salvo que la oposición se adelante y proponga una moción de censura o que, en defensa de los intereses de España –que pueden coincidir con los propios- se ponga fin al ruidoso y caótico pandemónium.
Todo pende de un hilo: los Partidos tienen Congresos en los próximos meses. El PSOE descabezado, oficialmente desde que a principios de octubre de 2016 cesaron a Pedro Sánchez y, de hecho, desde que eligieron Secretario General a tan incompetente, ignaro e ignoto sujeto.
Los de Podemos, a la greña entre pablistas y errejonistas, pueden convertir el Vistalegre-II, en algo muy poco alegre para ellos.
Ciudadanos, con la dimisión de Elsa Punset y de quienes no comparten el viraje en materia catalanista y, en esencia, el cuestionamiento del liderazgo de Rivera, puede acabar casi diluido como un terrón de azúcar. Ya le pasó a Adolfo Suárez con el CDS.
Y en el PP, las aguas no bajan mansas: Cristina Cifuentes, con su propuesta de primarias, ha abierto la caja de pandora, en busca de ir haciendo vereda hacia un lugar al sol de la sucesión… Por no hablar del desquiciado, desleal y mesiánico Aznar –“España es nuestra tarea y queremos hacerla bien, desde nuestro sitio”- y su cohorte, con el reaparecido Ruiz Gallardón, quien ha declarado que el PP escondió por vergüenza sus opiniones para ganar votos. De ser así, el primer cínico, él: de Alcalde, fue de progre; de Ministro de Justicia, de derechón ultramontano. Sería, a mi juicio, una barbaridad homérica que el PP involucionase a la derecha –como pretenden Aznar y su cuadrilla- que tiene despejada, y dejase el centro –al que está yendo- a Ciudadanos. Pero, claro, cada uno puede elegir la manera de suicidarse.
Ojalá 2017 no sea el año en que vivamos peligrosamente.
De verdad, ¿son refugiados? No; más exacto, muertos por congelación en Europa. Refugiar significa “acoger o amparar a alguien, sirviéndole de resguardo y asilo”.
Nuestro prójimo llegado a los Balcanes huyendo de la muerte en sus países en guerra, la ha encontrado en su refugio: ¿qué está haciendo la hipócrita Europa con los refugiados, a quienes condena a morir de frío en condiciones infrahumanas, incapaz de ofrecerles como refugio otra cosa que no sea una tumba?
Cada día me siento más ajeno a un mundo al que no quiero pertenecer.
Luis Batlles Casi centenario, ha muerto Luis Batlles, uno de los almerienses más imaginativos y tenaces, que convertía sus sueños en realidad y en símbolo de Almería. El más conocido, en los años 60-70, el maravillosísimo Mesón Gitano, a los pies de la Alcazaba del que, recién casados, Anna María –a la que Luis siempre le llamó “Italiana” y le tomó mucho cariño, recíproco- y yo, éramos asiduos.
Los Batlles y los Romero han sido familias muy cercanas. Siento la muerte de Luis como la de alguien muy querido de la mía.
Una burla indecente ¿No se dijo en septiembre que el tren a Madrid iba a ahorrar 23 minutos en el viaje? ¿Por qué se han quedado sólo en cinco míseros? Cinco minutos, trescientos segundos en 550 kilómetros, supone una rebaja, literalmente, increíble. ¡Que tiemble Usain Bolt! ¿Por qué no nos hacemos insoportablemente insoportables y nos manifestamos en Cibeles todos los días y le hacemos el agarejo a los Ministros (in)competentes para que se enteren de que somos capaces de cabrearnos?
Lo decía Galdós: “qué malo es ser bueno!”
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