Se calcula que hay en España casi dos millones de votantes que, en alguna ocasión, siendo votantes habituales del PP han votado al PSOE, o al contrario. No son un amplio porcentaje pero son los que suelen inclinar las mayorías hacia un lado u otro. Si se les pregunta, la mayoría de los encuestados dicen que son de centro izquierda, porque en España cualquier conservador, si admite que su hijo se vaya a vivir con la novia sin pasar previamente por el juzgado o por el altar, ya se considera que es algo de izquierdas.
Hay ocasiones en que las militancias de los partidos suelen ser bastante coherentes con las ideas de sus votantes y, otras, en que, por las razones que fueren, se distancian. Y, sin ningún estudio empírico, sin ningún rigor, me atrevería a decir que el PSOE atraviesa por uno de esos estadios en que los votantes y los que tienen carnet no piensan lo mismo.
Repito que no he tenido acceso a los resultados de ninguna encuesta, pero almuerzo, ceno, hablo y paseo con muchas personas que se encuentran en la horquilla a la que me he referido al principio, y no parecen muy entusiasmados con algunos de los presuntos líderes.
El PSOE ha perdido millones de votos, y hay bastantes dirigentes que están convencidos de se los ha arrebatado Podemos, con lo que el silogismo es bastante sencillo: obremos como Podemos y los recuperaremos. Pero hay votantes del PP que han votado a Ciudadanos, votantes del PSOE que se han echado en manos de Albert Rivera, y ese otro puñado, al que aludía al principio, capaz de saltarse esa especie de sectarismo obligatorio que algunos quieren imponer y que, renuentes a las tesis de Pedro Sánchez, le echaron una mano al PP. El sudoku es difícil de resolver, pero lo tienen que resolver los socialistas.
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