A veces a uno le pasa como al Camilo Sesto más pletórico y siente que ya no puede más, y se harta de que la actualidad sea como una noria que ruede y ruede repitiendo siempre las mismas cosas año tras año. Ahora nos estamos hartando de ver a reporteros ateridos, enviados especiales al lugar donde, como reza el credo legionario, más duro es el fuego. Y no hay fuego más helador que la nieve y el frío de esta ola polar que tanto nos ha ocupado estos días. Como no quiero que la columna se me desvíe hacia la apostasía climática, me limitaré a mandar un caluroso saludo a los defensores del calentamiento global y un no menos enérgico abrazo a los que niegan la existencia del fenómeno. Por lo que a mí respecta, me quedo con el inquietante dato de que los inviernos siguen siendo fríos y los veranos calurosos.
Sin embargo, lo que más estupefacción me produce es la fastidiosa manía de los directores de informativos de mandar a un equipo de reporteros a la cumbre de un puerto de montaña en pleno mes de enero a contar que allí hace un frío paralizante. Y lo peor de todo (padres de España, no dejéis estudiar Periodismo a vuestros hijos) es que ese mismo desventurado grupo de reporteros tiene muchas posibilidades de ser enviados en pleno mes de julio a una playa a contar a los espectadores que allí hace un calor abrasador. ¿Acaso alguien esperaba otra cosa? La noticia no es la nieve invernal o el tabardillo veraniego, sino exactamente lo contrario. Pero por circunstancias que se me escapan por completo, hemos acabado convirtiendo a la climatología en un género informativo más, cada vez más volcado al sentido escénico. El frío-espectáculo rivaliza ya en seguidores con el calor-espectáculo y no descarto que dentro de poco aparezca el entretiempo como género informativo, y empecemos a ver reporteros informando de que hace una temperatura agradable y que no se está del todo mal, conectando a continuación con expertos que recomienden a la población cómo afrontar la normalidad del régimen de temperaturas.
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