La trompeta del cartero

José Luis Masegosa
01:00 • 30 ene. 2017

Desde hace algún tiempo   los vecinos y familiares me obsequian con cartas y sobres dirigidos a quien suscribe que han sido entregados por el cartero o cartera. En ocasiones, algunas de esos envíos postales no corresponden ni a mi nombre de pila ni a mi domicilio. Comprendo, entonces, que tales confusiones tal vez estén motivadas por los continuos y sucesivos cambios que desde hace años sufren los repartidores de correspondencia, algo que desde que Correos no es Correos se ha convertido en una estéril costumbre que la compañía habrá impuesto por su peculiar política de personal, con un indudable interés por priorizar el resultado de cuentas  ante el desempeño de un correcto servicio público. Una situación que se ha dado siempre desde que el correo suizo inventó los buzones con la finalidad de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y, de paso, reducir el número de repartidores. Claro que la figura del cartero ha cambiado como la vida pasa a nuestro alrededor. La dinámica de trabajo, las normativas actuales, la organización actual han extinguido la familiar figura del cartero que durante décadas fue un distinguido funcionario de nuestros barrios, de nuestras calles y de nuestros pueblos. Los repartidores de ahora no conocen el rostro ni la voz de los destinatarios de sus cartas. A lo más, pueden llegar a que les suene algo el nombre y los dos apellidos, circunstancia que, por otra parte, es más que comprensible por diferentes razones. 
De siempre he sentido admiración y un merecido respeto por el cuerpo de repartidores de Correos, pese a que en los últimos años su labor se ciña más a alegrarnos la vida con alguna misiva, vía impuesto o sanción, de las insaciables  administraciones recaudadoras, pero ese es otro cantar. Como otro cantar era el que hacían sonar los carteros con semblante alegre cuando anunciaban su presencia con su inseparable silbato. La vecindad debía tener oído al parche para acercarse a recoger la correspondencia. Aquella llegada de las cartas era todo un acontecimiento que fomentaba la convivencia y provocaba conversaciones y tertulias entre los residentes de la misma manzana, de la misma calle o del mismo edificio. En cuanto a medios de locomoción, el cartero ha experimentado todos: desde sus cansados pies a las caballerías, sin olvidar las socorridas bicicletas ni motocicletas u otros modelos de vehículos. Pero antes que el silbato, desde que el correo se inventó el cartero utilizaba una corneta, también llamada cormamusa, para anunciar su llegada a los pueblos. Es el instrumento que figura aún en el logotipo de Correos, que también compartía el pregonero. Una función que en mi pueblo desempeñó durante largos años el entonces cabo de los municipales Tomás Martínez Castaño, “El Tío Tomás”, quien aún conservaba la última cormamusa, la trompeta del cartero, a la que no estaría de más volver para que las cartas puedan tener un destino cierto. 







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