Vestidos, desfigurados, con la sonrisa pícara de la fiesta podría decirse que vivimos todo el año en plan carnavalesco. Ahora lo que urgiría, según mi particular visión democrática, sería presentarse en sociedad como ciudadanos. Tres días antes del miércoles de ceniza para el divertimiento y el resto del año para asumir la responsabilidad de vivir como personas civilizadas, respetuosas con las leyes de la convivencia. No pasa un día en que los distintos medios de comunicación dejen de advertirnos sobre la brutalidad social que nos circunda. Crece en los colegios, en la calle y en los descampados. Aumentan los ruidos en nuestras viviendas y poco a poco va desapareciendo parte del patrimonio educativo y escolar que era el castigo bien intencionado contra los cafres de pro. Vaya correctivo. En su origen el Carnaval funcionó como escuela de buenas costumbres frente al habitual desmadre del incontrolado libertinaje. Siempre pasa lo mismo. De la libertad pasamos al control de la autoridad. Y hoy casi podría decirse que el carnaval no se diferencia mucho de esa superconsentida fiesta controlada con mano suave desde el poder. Lo que nació como una manifestación popular desde abajo, terminaría luego no lejos de los centro policíacos. Y no hace falta recordar siquiera las últimas escaramuzas de la ley mordaza y otras diversificaciones a palos más o menos paralelas.
Antes de entrar de lleno en en el ambiente cuaresmal (“acuérdate hombre que eres polvo”) el pueblo tiene ocasión de darle viento a todas sus pulsiones siempre que no se salgan de madre y recuerden épocas verdaderamente animalescas. Gracias a este control turístico, fuente hoy de riqueza las agencias hablan con orgullo de los carnavales de Brasil, Venecia, Tenerife, Cádiz etcétera. En Almería también podemos decir con orgullo que la fiesta toma vuelo y se une al esplendor de otras comarcas limítrofes. Y eran estas precariedades las que trataron de subsanar nuestras autoridades, autoridades. Hoy el canarval almeriense se entiende como una excursión campera de tres días. Algo que, como no podía ser de otra manera, pone de manifiesto la enorme creatividad de nuestros artistas populares.
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