"Deberíamos casarnos con los árboles"

Mar Verdejo
01:00 • 25 feb. 2017

Tengo la costumbre de llevar semillas en el bolso o en los bolsillos de los abrigos por el simple placer de tocarlas y jugar con ellas. Imaginarme cómo me verán ellas, cómo ven el mundo a través de su suave envoltura. Me calman y a la vez me transmiten la fuerza vital del bosque. De camino a la Facultad de Poesía de José Ángel Valente, en Almería, dirigida por la profesora universitaria Isabel Giménez Caro y el poeta Raúl Quinto, caminaba y escuchaba la intensidad del mar mientras, con mis dedos, jugaba con una pequeña castaña que guardaba en un bolsillo como un tesoro. La guardé en el último magosto que celebramos en El Bierzo, con El Bosque Habitado y nuestros amigos del grupo ecologista de A Morteira. Esta semilla me recordaba la fuerza de los habitantes de esa tierra indómita, a la espesura de sus bosques, el verdor de sus valles, a las risas y los cantos en comunidad junto a los castaños milenarios. El poeta invitado a la Facultad de Poesía para esta ocasión era Juan Carlos Mestre: un berciano, que también ha recitado en el mirador de los poetas en Juzbado, el pueblo del que todos los que habitamos en el bosque queremos ser. 


Viaje interior Decía la directora del programa “El Bosque Habitado” de RNE3, María José Parejo, cuando lo entrevistó en el programa: “Es el poeta que monta en bicicleta como símbolo de reparto, de conducta de llevar cosas a la gente a otra velocidad, con ilusión y cargada de esperanza”. Mestre, en Almería, consiguió sacudirnos las emociones y la conciencia con su poesía y su voz. Tejiendo una atmósfera con sonidos que emanaban de instrumentos ancestrales. Nos invitó a exiliarnos a nuestro interior, y allí, en un profundo silencio, nos quedamos en semioscuridad, sólo roto por la emoción llena en lágrimas, de la cantautora almeriense Sensi Falán, que las contenía a mi lado. “La poesía no puede dejar de cumplir el compromiso de la memoria”, reivindicó recordando a los poetas Miguel Hernández y Federico García Lorca. El poeta navegó hacia la humilde verdad dignificando el significado de las palabras: justicia, piedad y misericordia. Su poesía es un elogio a la dignidad humana y la va cultivando a través de la palabra, la belleza y la verdad. A base de alianzas entre las palabras va construyendo la esperanza colectiva del ser humano: él es poeta con todas las consecuencias. Es poeta en la palabra y en la acción, porque ser poeta no es escribir poesía ni declamar unos versos en un recital. “Ser poeta es un estado” decía mi amado José Ángel Valente. Es aquel que cree que los seres humanos somos responsables los unos de los otros, el que sabe que la respuesta está en el viento. Es una voz prestada que habita en la conciencia con un lenguaje ético. Mestre dice que: “el poema es un encargo que nadie nos ha encargado, es un acto de permanente resistencia a los que niegan los derechos civiles y la felicidad”. Los poetas son los que hablan de las criaturas sintientes y silentes, y de las generaciones futuras. La poesía como herramienta para construir la casa de la verdad, de los olvidados, de los que siempre han padecido, haciéndonos soñar con aquel mundo en el que es posible la convivencia con los principios de armonía con el Planeta: ¡Bienaventuradas las personas utópicas!
La dedicatoria que me hizo en el poemario “La tumba de Keats”, se transformó en obra de arte, hablábamos de su tierra y de lugares y personas comunes, mientras él, con su pincel y acuarelas, iba perfilando el rostro de una mujer envuelta en mar y arena. El supo, sin usar el lenguaje articulado, que me preocupa la ecología, el sistema agrario y las fases del efecto invernadero, como a la Blancanieves en su “La bicicleta del panadero”. En palabras del poeta, ensayista y artista visual: “El poeta no puede quedarse al margen del dióxido de carbono, ni de la magia de los animales. Deberíamos casarnos con los árboles, tener relaciones con las tribus y los tibios arrecifes coralinos...”. Al finalizar la noche comprendí que nos habíamos comunicado en el lenguaje inarticulado, el que usa el viento en las hojas de los árboles, el agua del río, el mar y los pájaros, porque para él, y la Comunidad del Bosque Habitado, no hay diferencia con el lenguaje que aprendemos en la escuela durante la infancia. Los dos lenguajes buscan la misma conmovedora verdad y la encontramos en su arte y también en las pequeñas semillas, y siempre…siempre en el viento.







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