Sin sorpresa, casi como algo cotidiano, en los últimos días hemos recibido con todo lujo de detalles las novedades de la última edición del World Mobile Congress, el mayor congreso mundial de estas tecnologías de la comunicación. Las ofertas , curiosidades y servicios han vuelto a situarnos en un mundo futurible que, en teoría, debería servir para mejorar nuestras vidas. Algunos popes tecnológicos se han aventurado a anunciar que en poco más de veinte años la inteligencia artificial superará a la humana, una premonición que no parece nada difícil si echamos un vistazo a nuestro entorno. Tal vez entonces no precisemos abandonar nuestras sofisticadas moradas para nada, ni tan siquiera para realiza nuestro trabajo diario, ni para encontrarnos con nuestros amigos y conocidos porque los tendremos a nuestro lado, telemáticamente claro.
Quizás entonces, tal y como poseen ahora nuestros ganados, cada uno de nosotros llevemos en nuestros cuerpos una variada gama de chips que nos permitirán controlar nuestra salud, abrir nuestra vivienda con una sola mirada a la puerta de entrada, pagar con un simple gesto en el restaurante , activar el encendido de nuestro vehículo con solo pensarlo e, incluso, no habrá que molestarse en manifestar nuestro amor hacia la otra o el otro porque de ello ya se encargará con absoluta eficacia el diligente chip. En tanto llega ese tiempo tan cómodo, tampoco podemos obviar el presente, el de una sociedad que más que de las comunicaciones es la de las interrupciones.
Quién nos diría veinte años atrás que íbamos a estar asidos al móvil, al que cuando entonces te llamaban te decían “..disculpa que te llame al móvil, pero..”. En aquellos primeros años este útil dispositivo sonaba poco. Ahora no deja de hacerlo, y cuando no lo hace es sustituido por los interminables gongs del whatsapp, unas circunstancias que provocan un sinnúmero de interrupciones de nuestras más diversas actividades, incluidas las escasas placenteras que nos depara la condición humana. El uso inadecuado de estos ventajosos artilugios da pie, también, a una manifiesta pérdida de la educación, no por llamar tanto sino por responder cuando no toca: por ejemplo cuando mantienes una conversación personal o cuando compartes la mesa. A estas inadecuadas particularidades de la mala utilización de la tecnología hay que añadir la ansiedad que crea en numerosos ciudadanos el hecho de no estar localizable cuando se ha olvidado el móvil.
De un tiempo a esta parte parece que el deporte nacional de nuestra sociedad de las comunicaciones es el gusto por interrumpir todo. Acaso no hayamos reparado que vivimos en la sociedad de las interrupciones.
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