Vivimos tiempos de grandes vocablos. Seguramente porque el crédito del sistema y la confianza en las instituciones roza hoy mínimos históricos, dependiendo de quién coja el micro, podemos escuchar grandes llamadas a la impugnación del statu quo o a su defensa. Para ello se utilizan palabras como democracia, igualdad, solidaridad, justicia… que conforman un catálogo de expresiones abstractas y universales que, como tales, sirven por igual para hilvanar discursos incluso totalmente contrapuestos entre sí.
Lo explicaba Alex Grijelmo en un sugestivo artículo publicado ayer en El País: “Hay quien cuestiona la democracia de nuestra democracia, quien pide más igualdad que la igualdad vigente y quien reclama justicia tras haberse impartido ésta”.
Estamos pues ante vocablos de significación e interpretación abierta cuyo contenido viene rellenado por nuestras propias ideas. Así, explica Grijelmo, puesto que se carece de un significado nítido e incontrovertible; tampoco brotan como explicación en torno a un hecho analítico; y para nada vienen precedidas de la necesaria concreción o matización; estas “ideas” consiguen un asentimiento público general porque somos nosotros mismos quienes construimos su significado. Somos nosotros quienes interpretamos, cada uno a su manera, lo que el emisor quiere decir.
Esta práctica, prosigue el periodista, es muy habitual en Susana Díaz. Y es cierto. Son continuas las llamadas de la dirigente andaluza a “recuperar un PSOE ganador” o a “construir un PSOE potente, sensible y fuerte al mismo tiempo para atender las demandas de los ciudadanos”.
Pero no sabemos cómo se recupera un “PSOE ganador”, o cómo se construye un partido “potente, sensible y fuerte al mismo tiempo”. Hagamos un juego: vote usted a quien vote, sustituya la palabra “PSOE” por la del partido a quién haya votado y verá que las anteriores citas podrían haber sido suscritas por cualquier dirigente del mismo y usted, seguro, aprobaría sin más dilación.
En definitiva, aunque es cierto que a veces es inevitable caer en el lugar común, su práctica en abuso vicia de origen el discurso político para transformarlo en una simple arenga dirigida a los ya convencidos cuando de lo que se trata –sobre todo para el PSOE- es de volver a convencer a los que ya se fueron.
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