En un acto social, Oscar Wilde se encontró con un conocido, ya de cierta edad, acompañado de un chico joven, muy agraciado, que le fue presentado como sobrino. Oscar Wilde, educado y sonriente, le saludó diciendo: “Nos conocemos”. Y añadió con mordacidad: “Fue sobrino mío el año pasado”.
En el Congreso de los Diputados, poco a poco, hay un grupo que va desterrando la cortesía parlamentaria y transformando los debates en discusiones tabernarias. Si Oscar Wilde hubiera sido un diputado de ese grupo hubiera comentado con zafiedad: “No disimules, que los dos somos maricones”.
En uno de los libros de Luis Carandell hay recogida una antología de anécdotas, y se cuenta entre ellas la de aquél diputado de izquierdas que polemizaba con otro diputado conservador, y ya, como argumento final, arguyó: “¡Pero qué otro criterio podemos esperar de una personas que duerme con camisón!”. A lo que el conservador, desde su asiento, exclamó: “¡Qué indiscreta es la esposa de Su Señoría!”. Trasladado a los tiempos actuales la ironía hubiera sido sustituida por el insulto: “Y tú, cabrón”.
¿Como hemos llegado a esto? Creo que se debe a una traslación de la chabacanería de las redes al Parlamento. En las llamadas redes sociales, cuando a alguien no le gusta la argumentación del contrario le llama fascista, y ya está. No hay que discurrir. De la otra parte, se le califica al otro como leninista, y se ha acabado la discusión.
Estas formas groseras tienen su clientela, de la misma forma que las moscas encuentran suculentos los excrementos, pero confundir la dialéctica y las buenas maneras con la opresión es algo así como esos veganos que creen que los que comen carne son caníbales. Pero así estamos: “Sutilezas, no, por favor: somos diputados de la extrema izquierda”.
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