Que lo de Gibraltar fue un soberano acto de piratería no lo duda ni hasta el último mono de la roca. Pero lo que también deberíamos saber es que ningún español vivo verá, jamás, la bandera española ondeando donde legalmente debe, que es en lo alto del picacho que los árabes llamaron Jab-al-Tarik, en homenaje al caudillo bereber que inició la conquista (cimitarra en mano y cortando cuellos, a ver qué milonga se creen) de la Hispania visigoda. Y eso no lo veremos porque el Reino Unido es un país lo suficientemente serio como para haber asumido con naturalidad las luces y las sombras de su historia y tener claro que hay cosas que están por encima de las siglas políticas. Y así, mientras que la principal plaza de Londres lleva orgullosamente el nombre de un cabo español en donde un almirante inglés hundió a la flota combinada franco-española, en España, poner una escultura al marino español que mandó a tomar por retambufa a la flota inglesa ante Cartagena de Indias, costó casi trescientos años de retraso, una inauguración semiclandestina y la protesta formal de algunos partidos políticos, indignados por semejante reconocimiento. Ahí está el permanente psicodrama español que tanto ha lastrado nuestro progreso como nación. Mientras que aquí esperamos las declaraciones del perroflautismo exigiendo respeto al gobierno delincuente de la Roca, en Londres hay lores jubilados que en cuanto les mencionan la última colonia de Europa, se sacuden la caspa de la peluca y defienden la rapiña corsaria de sus tatarabuelos con esa disciplina naval tan bien descrita por el que fuera Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill: “látigo, ron y sodomía”. Nelson, que perdió un brazo en Tenerife y volvió a Londres embalsamado en un barril de brandy español, es un héroe nacional británico, mientras que España se olvida de marinos como Churruca o Blas de Lezo. Y un dato final para el pesimismo: ¿saben dónde tuvo su sede URAL, el primer partido regionalista almeriense? En el Zapillo, en la calle Gibraltar Español. Nada que hacer.
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