Como hay quien dice que recordar es vivir dos veces, permitan que recurra a esta duplicidad para devolver a la vida el recuerdo lejano de aquella cantante italiana de ubérrima presencia, Sabrina, que protagonizó una sonada noticia al dejar escapar más o menos involuntariamente un pecho durante una agitada actuación televisiva. Estábamos en 1987. Los cines se llenaban de público juvenil para ver el estreno de “Top Gun” y en Almería capital gobernaban PSOE e IU en un amigable pacto presidido por el inolvidable Santiago Martínez Cabrejas. Nuestra capital tenía unos 150.000 vecinos y no sólo no había internet, teléfonos móviles, redes sociales, o zarandajas virtuales, sino que ni tan siquiera las imaginábamos. Piensen ahora en dónde estaban ustedes por entonces -si es que estaban- o en lo que hacían habitualmente, y comprobarán que la vida ha cambiado muchísimo. Pero hay cosas que se han mantenido exactamente igual, al menos hasta hace un par de días. Les hablo de la Ordenanza Municipal de Limpieza, aprobada en 1987 y que acaba de ser sustituida por una nueva que pretender modernizar, mejorar y adaptar el servicio a las necesidades de una ciudad con casi 200.000 habitantes. Pero otra cosa que se mantiene hoy igual que ayer es la feroz resistencia de los almerienses a alterar o modificar eso que los psicólogos llaman “zona de confort”. Plantear cualquier alteración de la rutina, la costumbre o la conveniencia que conforma nuestro apacible estilo de vida es recibido con recelo e incluso con hostilidad, como se está comprobando en los primeros días de vida de la nueva Ordenanza, que establece un ámbito horario para evitar que las basuras se dejen en el contenedor durante mucho tiempo cociéndose al sol. Cada uno es muy libre de pensar o seguir pensando lo que quiera, pero sería deseable asumir que la limpieza de Almería es una cuestión que no sólo corresponde al Ayuntamiento, sino que es una responsabilidad compartida por todos, y en la que todos podemos y debemos ser parte activa.
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