Creo que era el genial Julián Barnes el que mantenía el temor de que, al final, se confirmara que hasta las aves del paraíso son falsas. Sin embargo, hay días en que el aspecto es mucho peor, y podría ser posible que las aves las haya suministrado alguien, gracias a una comisión en B, entregada al gerente del Paraíso.
Te levantas todas las mañanas dispuesto a recuperar algo de inocencia, pero no te dejan. Miras al río, intentando creer que las aguas no son tan turbias, pero el lodo sube hasta la superficie, incluso en el Canal Isabel II.
Luego, está la hipérbole, la oposición poniendo la lupa y asegurando que no es lodo, que es mierda, todavía sin degradar. Cualquier día un político ayudará a una anciana a cruzar la calle y le acusarán de abuso de menores.
Entre la corrupción y el todo vale, a mi también me la empieza a sudar. Colocar la imagen de una persona que no está imputada ni acusada, en medio de una galería de corruptos o condenados o confesos, en la parte exterior de un autobús es como colocar la imagen de la madre de alguien, en medio de una colección de señoras que ejercen la prostitución. A lo peor, sale otro autobús y aparece la madre del promotor del autobús primero, porque parece que hay barra libre en la injuria, el insulto y el escarnio.
Comienza a extenderse la sospecha de que los políticos son más honestos cuanto menos mandan, y más corruptos cuando durante más espacio y más tiempo ejercen el poder. El descrédito de los partidos viene de los pecados de avaricia de algunos de sus ladrones con carnet, pero, también, del rasgamiento de vestiduras de los otros al señalar al ladrón y tocar los timbales, por si alguien no se ha dado cuenta. Olvidan que si un panadero exagera hablando mal de otro panadero, a la larga no habrá quien se fíe de los panaderos. Pero mirar a largo plazo es pedirle demasiado a un panadero -perdón, quise decir a un político- porque no pueden mirar más allá del próximo día o, como mucho, llegan hasta las próximas elecciones. Pero esto se está embarrando. Y, como en el chiste, nos vamos a ir a la mierda, según el optimista, porque el pesimista ya ha avanzado que puede que no haya mierda para todos.
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