El desconocimiento induce al desapego

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 28 abr. 2017

Las actividades comerciales, especialmente las de mayor difusión y penetración en los mercados internacionales, se suelen acompañar de estrategias encaminadas a proteger y contestar a las muy posibles acciones de la competencia, consumidores y detractores con diversa génesis e intencionalidad que puedan atacar al producto, industria o servicio que siempre encontrará clientes satisfechos y una porción de incansables activistas insatisfechos. Ya sean refrescos, precocinados, envasados o productos frescos, todos han conocido etapas en su vida comercial que han evidenciado su posible insalubridad o algún aspecto inadecuado para la salud de los consumidores. 
No hace tanto tiempo el pescado azul estaba contraindicado para los niños y, como regla general, un “caldico” de pescado blanco formaba parte de la dieta para todas las edades en caso de cualquier afección. Ahora, el pescado azul y sus grasas omega son altamente recomendables. Otro producto de gran prestigio nacional es el aceite de oliva, que no siempre tuvo la consideración e importancia que ahora se le dispensa. Los lobbys reaccionan y, según convenga, recomiendan el consumo de conejo, huevos, leche, legumbres, pescado, etc. y que se justifican como ayuda al sector productivo por diversos motivos económico-sociales.
En la actualidad, el debate se centra en el consumo de aceite de palma. Y no olvidemos el azúcar, así como su masiva inclusión en otros productos, especialmente los famosos refrescos carbonatados. Ante estos efectos adversos, los lobbys ya están activos y contrarrestan los efectos con opiniones de reputados y estipendiados científicos o prescriptores mediáticos. Pero reaccionan, y se defienden.
Ahora, con más de cincuenta años de retraso, la agricultura almeriense ha reconocido que los invernaderos se han convertido en “inventaderos” para todo tipo de informaciones negativas que repercuten en la calidad y salubridad de los productos que se generan en un entorno al que se le ha inferido cualidades despectivas en aspectos socio-laborales y sanitarios.
Aún recuerdo -era por los setenta- el verdulero que vendía en el barrio tomates “que no son de invernadero”. Ese era el reclamo para denostar por los propios almerienses lo que se criaba en los invernaderos. Afortunadamente, en mi familia se trabó una gran amistad con los roqueteros Bernardo y María, excelentes personas y ejemplares trabajadores que me aportaron un impagable conocimiento sobre la realidad de la agricultura, así como el buen hacer en el invernadero. Desde entonces, para mí el invernadero ya no era lo que pregonaba aquel verdulero con desprecio. Todo lo contrario, era la ventana hacia un futuro que se forjaba con duro trabajo, profesionalidad e inmenso cariño. Lamentablemente, ese conocimiento de la gran calidad de la agricultura almeriense quedaba reducido al propio sector y a una reducida órbita de allegados. Y lo peor es que aún sigue siendo así. Por desagracia, la agricultura almeriense es más conocida y apreciada en Helsinki que en la Puerta de Purchena. 
Hemos olvidado o prescindido prescribir, proteger y promocionar la agricultura almeriense entre los propios almerienses. Hemos visto, con el pasajero enojo de una masa social que desconoce la realidad, ataques infundados y campañas insidiosas que han intentado dañar nuestra primera fuente de riqueza; y lo han hecho ante nuestras narices y, en algunos casos, con apoyo institucional (Foro Cívico Europeo) y financiación de competidores (Migros). Ahora, con más de cincuenta años de retraso, Hortiespaña emprende una campaña con más de tres millones de euros para proteger y difundir nuestra agricultura. Más vale tarde que nunca; pero el sector tendría que haber empatizado hace muchos años con una sociedad que no ha logrado involucrarse en la defensa de algo que estaba ahí, pero se desconocía. Y ya saben, el desconocimiento induce al desapego. 







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