“El teatro no es teatro si no está el público. El teatro puede ser cualquier cosa menos soledad. Y si es soledad es una soledad compartida”. Miguel Ángel Solá
Con esta verdad sentida por un actor de bandera, nos recibían el miércoles pasado los dípticos de un clásico llevado a la vida en nuestro delicioso Teatro Apolo: Siete gritos en el mar, de Alejandro Casona.
El capitán de un barco que viaja de Europa a América anuncia a sus subalternos que una gran desgracia está a punto de acontecer esa misma noche en altamar. Una Nochebuena donde tiene a siete invitados a su mesa, que representan la clase noble del pasaje. Mientras ordena discreción a su tripulación ante lo que se anuncia como una muerte segura para todos los pasajeros, él decide celebrar su fiesta con sus ilustres invitados, la que parece será la última cena para todos.
Secreto mortal
Hay un peso añadido a la rotundidad ambiental con la que arranca la obra: el capitán decide informar a sus invitados sobre la tragedia que se acerca. Porque la realidad es que hace tres días que estalló la guerra y su barco navega con todas las luces encendidas para ser el blanco de un submarino enemigo y así evitar tragedias contra la población.
Desde estas dramáticas circunstancias, Casona nos va descubriendo un ramillete de personajes que podrían representar una porción de nosotros mismos. Seres que se van desnudando ante la evidencia de que no tienen futuro. ¿Qué pasaría si alguno de nosotros estuviese navegando en ese barco? ¿Sentiría la necesidad de confesarse moralmente ante el pavor de lo que pueda esperarnos más allá de la vida?
Elenco almeriense
Un periodista, Santillana, es el hilo conductor que teje a esta facción de pasajeros de lujo, interpretados magistralmente por el Grupo de Teatro Amigos de las Artes Escénicas, once actores que dan vida a la mezcolanza de esta tragedia con sabor a champán y a ostras desde la mesa del capitán, mientras los pasajeros de tercera, los emigrantes españoles e italianos que viajan con la esperanza de una vida mejor, ajenos a la tragedia, disfrutan con los que serán sus últimos cánticos.
El capitán (Diego Berbel), el periodista Juan Santillana (David Aldavero), la profesora (María Elena Ramírez), el Barón Pertus (Antonio Hermosa), su amante Nina (Mar Campra), Santiago Zabala (Enrique Conejero), Mercedes (Isabel Pérez), el abominable vendedor de armas Harrison (Manuel Martínez), la inocente y misántropa Julia Miranda (Inma Jordán) y las dos benjaminas del reparto, la oficial (Begoña Puentes) y la bailarina (Alba de Haro). Todos ellos nos llevarán de la risa al llanto, de la carcajada que produce la ironía de una profesora descreída a la más profunda reflexión ante los pecados capitales, en definitiva ante la muestra de la bajeza y grandeza del ser humano llevadas hasta la elegante mesa del capitán, con la muerte como postre, ese plato final agridulce que nos igual a todos.
Danza mortal
Porque ante la evidencia de que quedan horas de vida: ¿para qué sirve el imperio amasado por un traficante de armas sin ningún escrúpulo y dispuesto a desatar un motín entre los pasajeros de tercera, solo por el hecho de fastidiarles la alegría de ignorar la tragedia?
¿Es posible que a un noble amargado y maltratador se le dulcifique el carácter y decida respetar a su pareja declarándole su amor por primera vez?
¿Qué hay dentro de la mente de un alcohólico para que haya decidido matarse lentamente, revelará el origen de su adicción?
¿Es necesario confesar la infidelidad conyugal en esos momentos finales, descargar la conciencia?
Y el amor. Siempre el amor como tabla de salvación, como esperanza ante cualquier tragedia, la misma que representa el estar vivo, aunque no necesariamente nos aceche un submarino alemán en guerra.
Actores de altura
De todo el reparto, me quedo con el personaje de Nina, una mujer salida de las calles de Tánger que decide vender su cuerpo de niña pobre para poder llevar un día un collar de esmeraldas, el que vio relumbrar en el cuello de una rica entre el barro del arrabal donde nació. La encargada de dar vida a este personaje lleno de aristas es Mar Campra. Su actuación de factura encomiable, lleva un peso importante, muy aplaudida por el público.
Y qué decir del Barón Pertus, al que le da vida Antonio Hermosa, el polifacético periodista al que vemos todos los días en los informativos de Canal Sur. Antonio luce elegantísimo vestido de uniforme y con ese chorro de voz llena el Apolo de misterio cuando relata su historia de pobre niño rico.
El grito personal de cada protagonista ante su verdad sin máscara nos sitúa ante el drama que Alejandro Casona compone en el año 1952, estrenado en Buenos Aires, donde este prolífico dramaturgo asturiano pasó buena parte de su vida tras su exilio en la Guerra Civil Española.
La seguridad de la muerte es una disciplina dura pero saludable, dice alguno de los personajes al final, resignados, casi felices de haber matado a los fantasmas de su vida a las mismas puertas de la muerte, a lo que otro le contesta: Si supiésemos cuándo vamos a morir, simplemente no podríamos vivir.
Luego llegará John Lennon con su Imagine, quien añade modernidad a esta versión, donde las fotos más famosas de las guerras o el Guernica de Picasso al fondo de la escena, nos recuerdan lo cerca que está siempre el ser humano de caer en la autodestrucción, esa que no envejece, que no pasa de moda. El arte frente a la guerra.
Enhorabuena a Siete gritos en el mar, una opción para navegar sobre las mejores tablas.
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