Desde hace bastante tiempo la sociedad ha impuesto un canon estético y preciso, absurdo e injusto por otra parte, que presenta a las personas delgadas y altas más estéticas que las que no lo son. Es decir, el modelo idóneo a imitar, según el canon establecido, se aleja de la mayoría de la constitución corpórea media de nuestros conciudadanos. Sin embargo, aunque no existe un consenso científico acerca de la constitución idónea del ser humano de nuestros días, existen teorías sustentadas en diferentes estudios que apuestan, por ejemplo, por una menor estatura. Uno de estos trabajos defiende que con quince centímetros menos de media en nuestra estatura la especie se vería muy beneficiada. Otras teorías estiman que hay que bajar aún más esos quince centímetros y que la estatura ideal es de cincuenta centímetros, es decir medio metro.
Es verdad es que apenas se habla de nuestro tamaño, cuando éste ha aumentado de media como consecuencia de la alimentación, de hábitos de vida más saludables y parece que la evolución de la especie humana tiende a que seamos más altos y más fuertes, una aspiración que carece de sentido en nuestros tiempos y además nos proporciona ciertas desventajas, como un mayor consumo energético o ser más propensos a las lesiones. Para algunos estudiosos hemos crecido en exceso y no deberíamos alcanzar la media de estatura que tenemos, sino que lo ideal sería medir un metro, como medían nuestros ancestros, los hombres de la Isla de Flores, en Indonesia. Según esta teoría, aquellos “abueletes” eran más bajos que nosotros y que muchos antepasados, entre otras razones porque en su época y en su hábitat no existían animales ofensivos y feroces que los pudiesen atacar, por lo que aquellos organismos no precisaron un mayor desarrollo del referido metro de altura. Una estatura que es la idónea para nuestra especie, dado que ahora no contamos con las amenazas naturales que había en otros tiempos, no dependemos de la fuerza bruta como ocurría en otras épocas pasadas y tampoco tenemos necesidad de huir y escondernos, por lo que deberíamos poseer una altura de un metro. Con ese tamaño ahorraríamos en diferentes necesidades, tendríamos un gasto menor en ropa, los medios de transporte serían más reducidos y, consecuentemente, su producción se abarataría, al igual que ocurriría con nuestras viviendas, que, evidentemente, estarían más adecuadas a nuestras proporciones y preciarían menos materiales. Lo más determinante es la conclusión de un estudio que asegura que cada centímetro más, a partir de un metro y medio, reduce la esperanza de vida de una persona, aunque también el enanismo participa de esa reducción de la esperanza de vida. Altos o pequeños, orondos o delgados, lo que si parece claro es que, como en otros aspectos de la vida, todo es cuestión de tamaño.
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