Los de mi generación descubrimos las matemáticas modernas con la teoría de conjuntos, de eso hace cuarenta años o más, no recuerdo. Lo que sí recuerdo, a pesar de los años, es la importancia que tenían las intersecciones, esos espacios comunes que servían de unión entre dos o más conjuntos. Desde el 30 de marzo, día en que se inauguró en el Museo de Arte de Almería la exposición Trazos que encienden horizontes, me persiguen las imágenes de una pizarra llena de conjuntos. Sin duda la abstracción es el territorio común, el espacio de intersección en el que trabajan las seis artistas que integran esta muestra: Carmen Sicre, Pepa Satué, Lola Berenguer, Lola Valls, Toña Gómez y Anne Kampschulte. Desde la abstracción, y sé que toda simplificación puede ser inexacta, algunas de estas artistas interpretan la realidad a través de un proceso intelectual y otras de forma intuitiva y emocional. La línea que separa a ambas no es tan inamovible como podría parecer a primera vista, pero aún así no creo que sea necesario adjetivar esa abstracción, con términos como geométrica, analítica, gestual, onírica o lírica, para singularizar cada propuesta.
Los cuadros monocromos de Carmen Sicre me recuerdan los “de diseño de campo extendido” de Simon Hantai. A través de la uniformidad del trazo y el color consigue crear un mundo profundamente estético, o si se prefiere ornamental. Sus pinturas desprenden una poderosa luminosidad y están llenas de un cromatismo que llega a ser a veces suntuoso. Dialogan y se mimetizan con las pequeñas piezas de instalación que la artista ha realizado con fibras que modula para que adopten formas orgánicas. Muy distinta en sus planteamientos es la obra de Lola Valls. El color adquiere mayor protagonismo, y también el gesto. Es como si una parte del cuerpo de la artista entrara en contacto con el cuadro, dejando su huella en amplios trazos corridos sobre la tabla. Su pintura se aparta de las ideas cartesianas para liberar fuerzas ocultas, interiores, con pinceladas que se derraman libres, de gran calado expresivo, sobre todo en sus cuadros de mayor formato. Estamos ante una obra donde se percibe la agitación, donde la verticalidad del trazo refleja esa tensión. Lola Valls titula uno de sus cuadros Refugio, ese lugar tantas veces anhelado tras un viaje introspectivo.
Los acrílicos de Lola Berenguer se insertan en otra tradición, la de la abstracción geométrica, en su caso extremadamente sutil y delicada. Sus cuadros son de un cromatismo sobrio, poco colorista, como si estuviera más interesada en las formas, en las figuras y su organización en el espacio. La geometría es un pretexto para indagar sobre la armonía y la belleza. Las claves habría que buscarlas en el círculo y la línea y en un aliento poético que percibimos en sus composiciones, donde la subjetividad está presente más allá de planteamientos matemáticos fríos y distantes. Esa paradoja, la del anhelo y el temblor que pugna por aparecer junto a la lógica y el cálculo, es a mi entender lo que le da a esta obra su gracia, al despojarse de cualquier artilugio y pirueta constructivista. Lola, en su esencialidad, arriesga y no parece retroceder ante las incertidumbres de la búsqueda.
Al lado de los cuadros de Lola están los de su amiga Pepa Satué, sus últimos trabajos, en los que alcanza la máxima complejidad formal de lo que podíamos llamar investigaciones sobre la geometría rectilínea. Utiliza líneas rigurosamente ordenadas que construyen formas irregulares, complejos paralepípedos que se perfilan en el espacio del lienzo. Lo digital y lo manual conviven en sus obras sin jerarquías ni complejos. Mediante la perspectiva y el color define formas y volúmenes inimaginables sobre un teórico espacio plano que es el cuadro. Ese interés por el espacio lo traslada igualmente a sus piezas escultóricas. Para esta exposición ha seleccionado un par de ellas, en las que vuelve a indagar en la tridimensionalidad del espacio, como si sólo en la escultura terminará de dilucidar el verdadero misterio de las formas geométricas. Una de estas piezas escultóricas está pintada en un juego de quebradas líneas que modulan la visión y nuestra percepción. Su extrema elegancia, la depuración formal de la figuras y composiciones, la complejidad de las tramas denotan una técnica depuradísima al servicio de una búsqueda de equilibrios inverosímiles, a veces con un cierto barroquismo espacial, pero no olvidando la belleza como premisa de su trabajo.
La obra de Toña Gómez funciona como lazo de intersección de todas estas artistas por varios motivos. Primero porque fue ella quien sugirió los nombres de las otras cinco para esta aventura expositiva. Y sobre todo porque aunque su obra se aleja de la abstracción geométrica, ése no es su mundo, su gestualidad, su grafismo, tiene un matiz, un poso de contemplación equilibrada, fruto de la reflexión y la búsqueda pausada de los espacios creativos. Resulta fácil relacionar su obra con la naturaleza, quizás fue ésa su primera mirada, el origen de muchas de sus obras, pero en su concepción última la artista introduce partes iguales de ficción y realidad, de emoción y pensamiento. De esa combinación creo que surgen también sus mejores obras. Y por último, el contrapunto lo marca Anne Kampschulte con sus esculturas en piedra. La talla directa, como hicieron siempre los viejos maestros, exige tenacidad y fuerza, pero es siempre generosa. La piedra es aquí espejo de una naturaleza venerada, aunque la escultora vaya alejándose cada vez más de esa realidad para indagar en otras formas geométricas que no tienen un reflejo en el mundo real. Creo que son esas piezas las que más misterio esconden por su misma desnudez, tal vez porque se expresan en ese lenguaje de la abstracción, común a estas seis artistas, esa nutricia zona de intersección de este magnífico conjunto de creadoras.
Sin duda, Trazos es una de las mejores exposiciones que hemos visto en Almería en los últimos años. No exagero, de verdad, vayan a verla, merece más de una visita.
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