La iglesia del colegio de la Compañía de María se viste de fiesta para recibir un espectáculo de lujo, dentro de las XXXIV Jornadas del Teatro del Siglo del Oro. La música y la literatura se dan la mano, para deleite de los sentidos, a través de la magistral Orquesta de la Ciudad de Almería (OCAL).
El altar mayor está montado como un escenario, rodeado de velas, como en el Barroco, para crear atmósfera. Diez músicos de altura están a punto de subirnos sobre las cuerdas de sus instrumentos, para hacernos volar hasta dos paraísos eternos que constituyen las dos ambiciosas partes del concierto: Don Quijote y Telemann y Shakespeare y Vivaldi ¿Alguien da más?
Y entran los protagonistas de la magia, vestidos como recién llegados del Barroco, como corresponde. El director de la OCAL y su hermosa peluca (Michael Thomas). Cuatro violines: José Ángel Vélez, Salvador Esteve, Verónica Morales y Marta Fernández. Dos violas: Alejandro Negrillo y Lorena Herráiz. Dos violonchelos: Paloma García y Jesús Marfil. Un clave (Adrián López Portillo) y un contrabajo (Vicente Giménez Arrollo)
‘Don Quijote’ y Telemann. Este compositor alemán, que vivió a caballo entre el siglo XVII y el XVIII, fue un prolífico compositor con sello humorístico, donde destaca la Suite Burlesca de Don Quijote, dividida en siete partes. La obertura ya nos da la medida, para los que no hemos escuchado nunca a nuestra orquesta, de la calidad de su trabajo, de su refinamiento y sensibilidad. El sueño de don Quijote nos despereza y nos mete en ambiente a paso de andantino, para aterrizar en el Ataque a los molinos de viento, donde ya soy capaz de ver las llanuras de la Mancha y sentir la brisa en mi pelo, mientras las aspas de los gigantes giran entre las cuerdas. Los suspiros de Dulcinea son pensados por el caballero de adarga antigua y pueden ser escuchados por todo el templo. El manteo de Sancho Panza nos sitúa en medio de un jolgorio de taberna, que hará volar al pobre escudero. El galope de Rocinante y el asno de Sancho surcan los pentagramas con brío desde el primer instante, cuando se inicia otra jornada de aventuras al amanecer. Esta primera parte acabará con El descanso de Don Quijote, en un vivace delicioso.
Shakespeare y Vivaldi.
Sale la narradora, la actriz Ana Rosa Diego, quien encarna en Anne Hathaway, la esposa del dramaturgo más importante de la cultura anglosajona, William Shakespeare. Él era mi amante y yo su enamorada… se encontraron juegos de palabras de mi joven marido, las primeras semillas de un gran talento. Los labios que crearon las manos del amor, que al emitir sonido dijeron: yo odio. A mí, que por mi causa triste languidecía. Mas ella, al verme triste en tan penoso estado, rauda la compasión llegó a su corazón… Odio, salvó a mi vida cuando dijo: no a ti. Hate away, “odio fuera” y and “y” que suena como Anne. La actriz intenta explicar con los versos del maestro, el primer juego de palabras de su esposo, la analogía entre su amor y el nombre de su amada: Fuera el odio, viva el amor. No estoy segura si se ha escuchado, si se ha captado bien.
Pero pronto llega La primavera de Vivaldi y comienza a llenar el templo de pájaros, para olvidarnos del odio en inglés, para irnos a las praderas de Mantua, aquéllas que sirvieron de inspiración al universal compositor veneciano del Barroco y que Michael Thomas representa con el virtuosismo que le es intrínseco a Vivaldi. El verano hará soplar un vientecillo que traen los violines y violas, para pasar desde el adagio del sopor a culminar con la violencia de la tormenta de verano, momento álgido del concierto, donde las escalas rápidas evocan la fuerza de la naturaleza. Los músicos son un todo armónico, que a veces acompañan golpeando con los pies al unísono sobre las tablas, escenificando más aún su empaste. En El otoño, los campesinos cantan y bailan. Uno de ellos se ha emborrachado con el vino y se amodorra.
En El invierno, entre el largo y el allegro, cae la lluvia y se escuchan las gotas golpear sobre los tejados. Siguen entrelazándose los versos cuando calla Vivaldi o no… El sueño es la segunda pausa de la muerte… El ardor provoca el deseo, pero quita el buen hacer… ¿De qué hablaremos cuando seamos viejos? ¿Cómo haremos en las noche frías para pasar las horas?
Los bises del triunfo.
La tormenta, con el crujir henchido de las olas, será uno de los bises que la Orquesta Ciudad de Almería y Anne Hathaway repetirán con más convencimiento que la primera vez, sin duda amparados por la emoción recibida a través de la salva de aplausos que recogen desde el altar mayor.
Y después de la tormenta siempre llega la calma. Me espero a que se vacíe el templo. Quiero saludar y felicitar a los artistas a través de un cordobés recién llegado a nuestra tierra, que ha encarnado primorosamente esta noche el contrabajo y que esperamos se haga almeriense de adopción por cuenta de la música.
Enhorabuena a la música, a la OCAL, al teatro, al público, a las velas y al vestuario. Destacar la peluca y el violín de Michael Thomas, alma de esta hermosa fiesta, que le sentaban ambos como un guante.
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