Si alguna vez, en algún sitio, fuiste feliz, no regreses” nos aconseja Miguel d’Ors en uno de los poemas de Manzanas robadas, su último libro. Y sin embargo, el poeta vuelve, una y otra vez, a esos lugares donde fue feliz, como si no pudiera vencer la nostalgia. Mediante una escritura aparentemente sencilla, D’Ors hilvana una elegía sobre la memoria de los días, la tierra y las gentes que dejaron en él profunda huella. De esa memoria, de las raíces y los antepasados, nos habla también Juan Manuel Castro Prieto en su exposición Cespedosa, que pueden visitar, hasta el 14 de mayo, en el Centro Andaluz de la Fotografía.
Castro Prieto regresa todos los años a esa aldea de la provincia de Salamanca, su pueblo natal. Ese regreso es un reencuentro consigo mismo, con una antigua forma de vida, lejos del mundanal ruido, el de las ciudades, tantas veces, deshumanizadas. Un viaje a lo que queda de aquella España rural, en la que la Naturaleza ordenaba los días y las estaciones, y los trabajos del hombre. Ese territorio y lo allí vivido definen su personalidad, sus sueños y sus miedos, los de un fotógrafo que ha visto cómo el mundo se transforma a una velocidad endiablada y cómo envejecen los lugares, las gentes, las cosas, y lo que parecía eterno se difumina entre las brumas de la memoria. Cespedosa es en esencia un viaje a los adentros, a un lugar, más que físico, emocional. El abuelo, la casa, los huertos, los corrales. La sangre y los afectos mantienen ese sentimiento de pertenencia y arraigo a un lugar, a un mundo donde nadie se sintió deslumbrado por la modernidad.
Desde una melancolía inherente a su mirada, Castro Prieto alcanza a insuflar vida a esos recuerdos a través de la cámara fotográfica. Sus imágenes son un canto, una elegía, pues indagan en el misterio del tiempo y la belleza que se esconde tras él. Las luces del pasado iluminan rostros y lugares, y también posibilitan la representación de aquellos sueños que nunca fueron más que eso, sueños, y ahora la fotografía los convierte en algo real. Sabíamos que el fotógrafo era un maestro del laboratorio. Por sus manos ha pasado buena parte de la historia de la fotografía española, unas manos artesanas, herencia de un tiempo cabal, en un mundo digitalizado. Pero con esta exposición, Castro Prieto da un paso y encuentra su lugar entre los grandes fotógrafos españoles al descubrirnos un imaginario singular y único. La búsqueda de una poética que refleja el espíritu de la tierra lo acerca a poetas como César Vallejo, al que trae, mediante sus versos, a Cespedosa. Ese mismo Vallejo que dejó en la poesía de Miguel d’Ors una huella imborable. ¿Coincidencias? El mundo está lleno de ellas.
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