Por muchas primarias, por mucho debate interno, por mucha y muy abundante transparencia que haya en el seno de los partidos políticos, una vez elegido el rey, es decir, el secretario general o el presidente, el partido funciona como una monarquía electiva, y en las monarquías, sean electivas o hereditarias, ya sabemos que el peso de los nobles es relativo, y depende de su división o de si su poder territorial es contundente.
El anuncio por parte del nuevo monarca del PSOE de que no habrá barones territoriales en la nueva ejecutiva, es una coherencia de manual sobre el funcionamiento de las monarquías. A partir de ahora, la nobleza, o sea, los barones, pueden intentar formar un frente común, contra el monarca, que raramente ha tenido éxito, o bien aceptar el sometimiento, guardando las formas para evitar el ridículo.
Por si fuera poco, el monarca siempre tiene a su disposición numerosos resortes con los que desactivar al noble poderoso. Recordemos, cómo la habilidad de Zapatero, logró desactivar a su antiguo contrincante, José Bono, nombrándole ministro de Defensa. Al poco de abandonar el territorio y el poder de Bono se fue diluyendo poco a poco. Pedro Sánchez no ha ganado la Secretaría General para perder el Congreso del PSOE. Al contrario, el margen de victoria sobre quien se le enfrente será mucho mayor, porque el instinto de conservación del político le indica hacia donde deben ir su voto y sus halagos.
De cualquier manera, a la Ejecutiva se le llamará consensuada, pactada, de la unidad, de la concordia, y todos los términos que se les ocurran a los diferentes portavoces para no confesar que, pasadas las primarias, como sucede en todos los partidos, hay luchas internas, y resistencias, y sectores más o menos afines, pero la organización funciona como han funcionado siempre las monarquías. Electivas, pero monarquías.
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