Lo que Susana quería coser, Pedro lo borda

Antonio Felipe Rubio
23:47 • 25 may. 2017

Tras la batalla de las primarias no se ha hecho la paz… continúa la posguerra. La posguerra siempre es penosa para los perdedores: hambruna, incertidumbre, laminación y represalia. Cuando la batalla se salda con la pérdida del control en los grandes centros de poder y reparto de prebendas es aún más doloroso. La resistencia a perder el acomodo que proporciona el poder es una poderosa inspiración para desencadenar las peores bajezas de la condición humana y, algunas, ya se escenificaron en el clásico apoyo al vencedor. Precisamente, lo que ahora se desencadena tras las primarias fue el motivo primigenio para convocarlas. Me explico.
La exasperante dilación de Susana Díaz para presentar su candidatura a las primarias no era producto de una madurada reflexión personal. Su tardía decisión reflejaba una planificación que tenía como objetivo enarbolar la bandera de Andalucía como principal bastión del socialismo español al que se uncirían los banderines de enganche de las baronías territoriales seducidas por la potencia de fuego andaluza y un forzado liderazgo de la lideresa que, con escaso éxito, esbozó escarceos de estadista en la Unión Europea y en las comunidades autónomas, que visitó con generoso ejercicio de recompensa al apoyo de los diferentes aparatos y que, tras su pretendida victoria, encontrarían redoblada satisfacción.
El ejercicio de las elecciones primarias no es, como se pretende vender, la “consagración de la democracia”. Las primarias, al ser instrumento exclusivo de la militancia, es una gran oportunidad para los frustrados en la consecución de sus aspiraciones.
En algunas ocasiones excepcionales y dignas de encomio un bedel ha llegado a presidir una gran entidad bancaria, pero no todos los mozos alcanzan ese honor sin denodado tesón. Al contrario, la militancia, sea en modalidad de Juventudes y otros formatos, se entiende como “inversión” a corto y medio plazo para la ingente cantidad de cargos orgánicos e institucionales que se irán otorgando en función del cultivo de adulaciones, afinidades, fidelidades e inesperadas oportunidades. El problema surge cuando, tras una “esforzada” militancia, la oportunidad no llega y se ven pasar puestos, nombramientos y prebendas sin ser tocado por la fortuna. Este reducto desafecto de militancia es el que más aprecia el “sagrado ejercicio democrático” de las elecciones primarias. Si con la actual ejecutiva no se comen una “rosca”, nada mejor que ejercer con exacerbado protagonismo el apoyo al aspirante a nuevo dirigente que, sin duda, tendrá muy en cuenta los visibles e impagables apoyos; más recompensados cuanto más se haya arriesgado.
En todas las federaciones, ejecutivas, agrupaciones, etc. existen familias, disidencias, sensibilidades… y muchos intereses inconfesables. Algunos militantes también han “invertido” en familiares para, tras una notable presencia en el partido y en reconocimiento a los servicios prestados, la saga continúe. Imaginen la indignación de estos militantes históricos que ven pasar sus oportunidades y las de sus vástagos debido a la escasa atención de los actuales dirigentes. Evidentemente, la solución no radica en la perseverancia, fidelidad, sacrificio y esfuerzo. La solución está en la remoción del ingrato/ingrata dirigente. 
Para muchos militantes, la solución no estaba en el programa económico, social y político de los aspirantes. Sin ir más lejos, Susana lo presentó dos días después del debate. La sacralización democrática de la primarias seguirá siendo el mejor instrumento para satisfacer lo más primario de la militancia. Y eso dista mucho de los intereses generales; incluso de los del partido.







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