PSOE: Tregua pero sin novedad en el frente

Pedro Manuel de La Cruz
23:54 • 27 may. 2017

No se lo crean; o mejor, no se lo tomen en serio. El acuerdo que ayer escenificaron en Fiñana las diferentes tribus socialistas de la provincia no va más allá de una puesta en escena sin más recorrido que el de los intereses creados a corto plazo. Dentro de unas semanas y con motivo de la elección a delegados en el congreso regional volverá a levantarse el telón y asistiremos al mismo espectáculo de fuegos artificiales, a la misma comedia de enredo en el que la realidad no tiene nada que ver con lo que aparece en escena.
El problema del PSOE almeriense, aunque a veces se escenifique como comedia, lo que encierra es una tragedia clásica en la que las pasiones nublan la razón, las traiciones agotan el entendimiento y el rencor sobrevive más allá de la muerte, política o real. (Conozco algunos casos en los que aquellos que un día triunfaron en mítines junto a González o Guerra no tuvieron la dignidad de asistir al adiós de aquél que les escribió los discursos con los que ocultaron su carencia de ideas; miserables siempre ha habido, ya saben).  
El relato de las luchas intestinas entre los dirigentes socialistas de todas las épocas se asemeja tanto y por tantos motivos a un drama siciliano, que Pietro Mascagni y Giovanni Verga podrían haberse inspirado en el si su “Cavalleria Rusticana” no la hubiesen escrito en el umbral adelantado del novecento italiano. En el libreto de la ópera italiana, la traición, los celos y el ruralismo tribal son los sentimientos que desencadenan la tragedia. Entre los dirigentes- de verdad y de siempre -del socialismo almeriense de la capital y de la provincia- los demonios emocionales son los mismos. Si en el drama italiano el desencadenante de la tragedia es el amor robado, en la guerra de los cuarenta años del PSOE almeriense la causa de la batalla interminable es el puesto(remunerado) perdido de unos, o el temor a perderlo de otros. Los alcaldes y militantes de a pie son otra cosa; son, como en la opera de Mascagni el coro que asiste estupefacto y desconcertado a los acontecimientos. La imagen de hace semanas de algunos dirigentes asistiendo complacidos a la asamblea convocada por los mismos que los defenestraron es una muestra de la impostura a la que puede llevar el ánimo de vendetta- otra vez Sicilia- que reina en la familia socialista.
Desde que en 1979 el juez Navarro Estevan declarara la guerra a Bartolomé Zamora por socialdemócrata, hasta hoy, las “famiglias” han defendido siempre su territorio. Dividieron la ciudad en agrupaciones por barrios en los que cada líder imponía sus condiciones a la hora de confeccionar las candidaturas electorales; viejas amistades aparentemente irrompibles saltaron por los aires al doblar la esquina de la primera discrepancia; quienes ejercían el poder humillaron sin mesura a quienes se atrevían a discrepar; cuando los discrepantes alcanzaron el poder impusieron a quienes acababan de derrotar el mismo castigo sufrido por ellos; si, en medio de tanta mediocridad, alguien apuntaba un intento de proyectar un perfil de inteligencia, los cañones lo situaban en el punto de mira para bombardearlo hasta la extinción; en el paroxismo de la zafiedad, una decena de personas asistieron al intercambio de puñetazos entre dirigentes políticos y técnicos de partido por el amor perdido de una mujer. En fin, un drama rural que no pasará nunca de ópera bufa por la calidad de quienes lo podrían protagonizar.
Este ha sido el comportamiento de muchos de los cuadros que han dirigido el PSOE almeriense desde la llegada de la Democracia. Es cierto y es justo reconocerlo que ha habido excepciones, tipos bienintencionados, cabezas bien amuebladas, hombres buenos, pero, entre la cantidad de aquellos y la calidad de estos hay un abismo insalvable. No voy a citar nombres, pero el lector y los propios afectados sabrán situar y situarse a uno u otro lado de la trinchera.
Ya sé, ya sé que las consideraciones anteriores pueden parecer- sobre todo a quien no conoce la historia- exageradas. No se equivoquen. Si en la opera de Mascagni los odios afloran en el día de Pascua, el proceso de primarias ha sido, hasta ahora, la última Pascua socialista en la que todos los demonios interiores salieron a escena.
Ahora ha vuelto a caer el telón. El silencio ha sustituido al ruido. Las navajas han regresado a las faltriqueras. Pero los odios, el rencor, el deseo de venganza y las ansias por mantener el poder de unos y el afán de recuperarlo de otros siguen intactos.
El drama de verdad y para los ciudadanos es que la sociedad almeriense necesita un partido socialista que sea capaz de hacer una oposición contundente a los incumplimientos del PP con la provincia en materia ferroviaria y, a la vez, de hacerse oír en Sevilla para que- también en materia ferroviaria- el gobierno andaluz despeje de una vez su ambigüedad calculada sobre los Corredores Mediterráneo o central. Y así con otros temas de no menor importancia.
Lo grave para los ciudadanos no ha sido la existencia continua y permanente de direcciones provinciales del PSOE marcadas por los intereses personales o grupales, lo realmente trascendental es que esta acumulación de tribalismo ha contribuido a que Almería haya llegado y siga llegando tarde -ahí está el ejemplo del Materno Infantil- a casi todo.
Ayer en Fiñana todo fueron abrazos compartidos. No se equivoquen. Al lado de la mano que abraza hay otra que empuña el puñal con que seguir peleando.
Aquel juez que se sabía de memoria a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa y que un día, dicen, cogió por la solapa a Alfonso Guerra en el hotel Los Lebreros después de defenestrar a Bartolomé Lenin Zamora- que así lo inscribieron en el registro civil de Carboneras en la República- por moderado, inició un camino que, cuarenta años después, todavía sigue vivo. Sin novedad en el frente. 







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