Instalados en el agravio permanente

Jose Fernández
23:30 • 30 may. 2017

Que hemos perdido la capacidad de asumir la discrepancia es un signo, no sé si del fin de los tiempos o de la pérdida colectiva de la capacidad de tolerar o transigir, que es un verbo insólito no ya en el lenguaje, sino en el pensamiento de la mayoría de españoles. Hemos llegado a tal punto de desaforo que ya hay muchos que, de no escuchar al otro diciendo lo que a uno le gusta o mejor parece, lo toma como un ataque personal, un insulto o una provocación. Al paso que vamos llegará el día en que nadie querrá hablar de nada que no sea el tiempo, e incluso así guardará cuidado de no expresar una opinión que pueda merecer una severa reconvención por no haber mostrado suficiente certeza acerca del dogma climático, o por no haber despreciado con aspereza a los que pronostican glaciaciones y desertizaciones imparables. El caso es que no se puede hablar ya de nada, caramba, porque todo es causa de ofensa, de molestia, de fastidio e incluso de acoso punible. La última víctima del sanedrín de vigilantes del discurso políticamente correcto ha sido el cantante almeriense David Bisbal, que por lo visto ha enfurecido al sector de la pesca de arrastre porque en una entrevista promocional de su último disco ha dicho que este tipo de pesca no le gusta. Pero no piensen ahora en las almejas o en los corales. Si hubiera dicho que le gusta cazar perdices, habría sido tachado de asesino plumífero por algunos y, de decir que no le gusta nada la caza porque respeta la vida de las simpáticas aves, habría sido tachado de boicoteador por la asociación de fabricantes de escopetas. El caso es instalarse en la queja, en el agravio y en la exigencia de rectificación. Y un apunte: que reflexionen los medios de comunicación hasta qué punto son responsables de todo esto al dar resonancia y carta de naturaleza informativa al enjambre de enredadores y mamelucos que pululan por las redes sociales buscando jarana. 







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