Los sucesivos atentados de Manchester y Londres han conmocionado a la sociedad británica en vísperas de unas elecciones cruciales. Sucesos traumáticos como los ataques terroristas suelen unir a los ciudadanos en torno al gobierno del que esperan una acción decidida.
Hay que ser muy torpe para que ese instinto colectivo se vuelva en contra de los gobernantes. Sin embargo, el auténtico fiasco en que se ha convertido la gestión del gabinete dirigido por Theresa May parece haberlo logrado, como lo consiguió el gobierno de Aznar con sus mentiras tras el 11M. La identificación de los autores de los atentados ha dejado en evidencia la pésima actuación de los servicios de inteligencia británicos. Y la ineficacia en la identificación de las víctimas han sido propias de estados tercermundistas.
Cada una de las solemnes intervenciones que la primera ministra británica ha realizado desde el sábado sangriento han permitido desnudar sus carencias. Ha afirmado que su país tiene que revisar las leyes antiterroristas y poner coto a la excesiva tolerancia con el extremismo, como si acabase de aterrizar en la vida pública. Sus siete años como responsable de Interior le estallan en la cara cuando proclama que "hay que otorgar más poderes a la policía", cuando lo que ella hizo fue sacar de las calles a más de 20.000 agentes. Y en el colmo, viendo que cada una de sus intervenciones hacía caer sus expectativas de voto, May llegó a afirmar que está dispuesta a cambiar las leyes que protegen los derechos humanos si eso sirve para combatir el terrorismo. Es difícil imaginar una concesión más brutal hacia los terroristas que otorgarles el inmenso poder de poner coto a derechos fundamentales por persona interpuesta.
No sabemos qué sucederá el jueves en las elecciones, pero, desde luego, la candidata May ha hecho todo tipo de merecimientos para perderlas por su ineficaz desempeño . Y si ganase, los ciudadanos británicos deberán permanecer vigilantes, no vaya a ser que cumpla su palabra.
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