Espiral de almeriensismo estival

Jose Fernández
01:00 • 13 jul. 2017

Es la canción del verano en Almería. Con la suave cadencia de un son caribeño en la hora de la siesta, fluye por las redes el lánguido lamento de los baudelaires del diseño local, molestos por la resolución del concurso del cartel de la Feria. La sobreestimación del gusto propio nos lleva (a mí el primero) a baremar lo bueno y lo malo desde la poco caballera perspectiva del ombligo, lo que nos hace ser intransferiblemente subjetivos. Pero no voy a entrar en el lío de los –también habituales- infundios conspirativos, porque uno empieza haciendo caso a esas cosas y acaba viendo a Elvis comprando hielo en una gasolinera. En lo que me vengo a fijar es en el -aparentemente inevitable- canon que se repite en Almería verano tras verano, con las mismas melodías sucediéndose con periódica intermitencia. Y así, tras la tradicional polémica por el cartel de Feria llegará la primera oleada de medusas asesinas a las playas del Zapillo. Y también asistiremos a la reclamación de entoldado de medio casco urbano y, de nuevo, nos admiraremos ante la  bien documentada Velada del Carmen en Los Chocolates de Retamar, que es al verano almeriense lo que el Martha´s Vineyard de Massachusetts a las vacaciones del clan Kennedy. Y todo ello sin olvidar el momento clave que marca la espiral del almeriensismo estival: el amago de disturbio entre jubilados que hacen cola al sol para conseguir el tradicional abanico de regalo. Y con ello, llegarán las furibundas acusaciones de despilfarro al Ayuntamiento, que naturalmente también sería criticado si dejase de hacer este regalo y dedicase lo invertido, por ejemplo, a los comedores sociales. Es decir, que no importa lo que se haga, ni cómo se haga o se deje de hacer: el verano almeriense tiene un verso y un estribillo que son tan eternos e inmutables como la guzla, el gárrulo y el inmenso coral de nuestra hermosa bahía. Almería, no crezcas, no cambies jamás. 







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