Ni buena ni mala: es que no tiene sombra. Hasta los grillos y las chicharras tienen que llevar sombrilla. Y es que Almería le lleva la contraria a la lógica: las ciudades de mucho sol necesitan mucha sombra. ¡Si hasta en la Naturaleza Los árboles pierden la hoja en otoño para que en invierno haya luz y se pueda tomar el sol tibio; y, en verano, recuperan la hoja para dar sombra fresquita!
Se ve que con la edad, afloran los recuerdos de la niñez y de la juventud. Y, así, de aquella época recuerdo muy sombreadas la casi totalidad de las Plazas de Almería: de los Olmos, de Careaga, de San Pedro… E incluso los árboles del Paseo daban sombra porque no se podaban como si fueran una mesa camilla… Y los de la Rambla del Obispo Orberá, vivísima con la Plaza del Pescado, el Mercado y el Puerto Rico, plagada de charlatanes, y con paradas de coches de caballos...
Pero, salvo esas excepciones, no abundaba –ya entonces- la sombre de los árboles. Tan es así que las Ordenanzas de Tráfico decían que en verano se aparcara a la sombra.
Dice el Tao que “todos los seres llevan a espaldas la sombra y en brazos la luz.” No sé si, en Almería, es verdad, porque se empeña en llevarle la contraria al refranero: aquí no podemos decir “quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”: como hablamos siempre de “la ciudad del sol”, nos olvidamos de la sombra, hasta el extremo de que pasear por Almería en verano es, más que un placer, hacer oposiciones a que nos dé un torozón. ¡Con la de plazas, placillas y placetas en las que, con un poquito de sombra, como antes había, se podría tomar el fresquito a la umbría de los árboles y al arrullo del agua de las fuentes! ¡A diario me compadezco de don Nicolás Salmerón en su caminar por la Puerta de Purchena: debe haber pillado una insolación!
Y ¿ha probado Vd., a sentarse en uno de los bloques de piedra que hay en la plaza a manera de bancos? Tendrá que ir a Torrecárdenas a curarse las quemaduras.
Decididamente, Almería es una ciudad placicida y arboricida.
Pero en unos días llegará la Feria del Mediodía, con sus migas, sus sardinas, sus fritangas... y, entonces sí, el Ayuntamiento entoldará las calles. Y me hago una pregunta muy simple: si lo va a hacer después, ¿por qué no lo hace antes?
La lógica y la política parecen, a veces, incompatibles. Por ejemplo, para poner los coches a la sombra de un parking subterráneo se condenó a las personas a insolarse. Hablo del parking de Obispo Orberá -y puedo hacerlo de otros- en el, que al cabo de mil años de molestias ciudadanas y ruina para los comerciantes de la zona, cuando se cubrió la inmensa herida hubo que extirpar los árboles centenarios que daban sombra y carácter a la calle, tan transitada, porque no podían enraizar en un suelo de cemento. Y, claro, la solución de plantar plátanos en macetas, pues… ¿Y hablamos de los nuevos Parques -de las Familias, de la Estación- o del tramo central de la Rambla? Solárium urbanos.
El almeriense, en esto, es coherente con su paisaje: no quiere que nadie le haga sombra. ¡Y pensar que Perceval centraba en ella la esencia de Indalismo: “la sombra persigue al hombre constantemente. El hombre no puede desprenderse de su sombra, y menos cuando hay sol.”
...Menos en Almería, paradójicamente patria de lo Indaliano.
El resultado de todo esto es que, a determinadas horas, la ciudad es un desierto humano, que lleva trazas de extenderse, ahora por obra y desgracia -habitual para Almería- de la Junta de Sevilla que, al parecer, quiere cargarse las terrazas de los bares del centro. ¡Lo que faltaba! No puede ser que desde un despacho de Sevilla se diga cómo y dónde podemos ser felices los almerienses, tanto los clientes como los empresarios de la hostelería y sus numerosos empleados: ni ocio, ni ganancia, ni empleo... Decía Jovellanos: “el pueblo no ha menester de que el Gobierno lo divierta, pero sí de que lo deje divertirse”.
Pienso, por ejemplo, en el Kiosko Amalia y su umbroso ficus: ¡si es el corazón vivo de un área muerta! Sin su terraza, Almería sería un cadáver mientras que ahora vive cuando anochece. Como sin las terrazas del Café Purchena, de La Dulce Alianza, del Coímbra, de la calle Jovellanos... sólo por poner unos ejemplos de ese centro que el Ayuntamiento se afana en revivir y potenciar. Almería perdería una cualificadísima seña de identidad.
¡Qué diablos pinta Sevilla!
¿Hacemos de las calles de Almería un desolado invierno en todos los sentidos?
Al menos, las sombrerías han renacido. ¿Ha visto cuántos sombreros se ven ahora por la calle? Y llegarán las sombrillas. Nos haremos japoneses.
Ultrajes mediáticos
La detención deberá practicarse en la forma que menos perjudique al detenido en su persona, reputación y patrimonio, dice la Ley. Sin embargo, se siguen televisando en directo: la de Villar, la última. De las primeras, la de Rato, con la mano del Guardia en la nuca. Y los telediarios dieron el linchamiento a que, a diario, se sometió a Blesa, al que ninguna sentencia firme declaró culpable de nada.
El intolerable ultraje mediático viola la presunción de inocencia y hace bueno el calumnia, que algo queda.
Dalí y la pitonisa
Dalí llevaba enterrado 28 años. Lo han exhumado para tomarle ADN porque la ciudadana Pilar Abel, vidente y pitonisa televisiva –“Jasmine, vidente de nacimiento” se anuncia en internet- de 61 años, pretende ahora ser reconocida como hija del genio.
Me sorprende que siendo ambos vecinos de Figueras, no le reclamase la paternidad a papá en vida, pues ella tenía 33 años cuando él murió. Y más me asombra que no lo hiciese siendo vidente.
Ahora Dalí, antes Ruiz Mateos... Se va a poner de moda la incineración.
Cuadras de tertulianos
Cuando el boxeo era deporte de masas, los boxeadores pertenecían a las cuadras de sus managers, que los cambiaban como cromos en las veladas. Creo que así funciona la nueva profesión de moda, los tertulianos, un grupo reducido de personas que saben de todo y –a veces formando equipo- copan los programas de las televisiones y las radios. A algunos, los he visto el mismo día en dos cadenas distintas.
Son criaturas ideologizadas de discurso previsible. Me parece un triste espectáculo de engañabobos.
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