Ningún partido político suele ser agradecido con las personas que le sirven con honradez y eficacia. Ninguno. Salvar la cara, evitar confrontaciones, conservar el poder, son las normas que rigen las conductas de los partidos gobernantes, sean de la tendencia que sean.
Si, hoy, en el podrido mundo del fútbol, ha entrado un poco de aire fresco ha sido gracias al esfuerzo y a la gallardía de un secretario de Estado, Miguel Cardenal, que tuvo el arrojo de enfrentarse al todavía e inexplicablemente actual presidente de la Federación Española de Fútbol.
Pero Villar sabía tratar a secretarios de Estado. A Lissavetzky, que intentó poner orden, le echó a la FIFA, ese nido de corruptos, algunos de los cuales fueron detenidos en Suiza, que amenazó nada menos que con excluir a España de las competiciones internacionales, así las gastan las organizaciones convertidas en mafias. Y Lissavetzky no quiso ir más lejos. Contra Cardenal Villar echó mano de la UEFA, pero Cardenal no se arredró, y amenazó llevar el asunto al Tribunal Europeo, con lo que la extorsión, internacional cesó, pero no la de Villar que, al parecer, con la complicidad del presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, y el entonces presidente de la Federación de Tenis, José Luis Escañuela, se conjuraron para propiciar un laberinto jurídico que terminó con Cardenal en la calle. ¿Movió algún dedo el PP para defender a un hombre limpio, que llevó su honestidad hasta las últimas consecuencias? ¿Comen zanahorias los tigres? No, los tigres son carnívoros.
He oído a alguno sacar pecho para subrayar que la corrupción del fútbol va camino de sanarse gracias al PP. No, gracias al PP, no. Gracias a una persona que no tiene nada que agradecer al PP, y el PP le tiene que agradecer bastante: Miguel Cardenal. Pero hablar de agradecimiento, refiriéndonos a un gobierno o a un partido político, es tan iluso como pretender que las putas sean partidarias de la castidad.
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