Ni PSOE ni IU enviaron representantes a la visita oficial del ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, al Ayuntamiento. Que si las pateras, que si los inmigrantes, que si las oenegés, que si pitos, que si flautas, el caso es que no les dio la gana asistir y representar a los almerienses que les votaron, quizás porque entienden que esos votantes consideran el desaire como una postura política más. Allá cada cual con sus presencias, sus ausencias y sus ocurrencias. Uno puede entender las razones o las empanadas mentales con las que se justifica la incomparecencia propia o la de compañeros de partido en un acto oficial del Ayuntamiento, bien sea para compartir unos minutos con un ministro del PP, bien sea para rendir un homenaje a un joven concejal asesinado por ETA. El caso es significarse. Uno lo entiende ya casi todo en estos tiempos de sobreactuación y gestualidad, en los que las personas acaban siendo rehenes de su propio personaje. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en todo lo que habría pasado si un desplante similar –impregnado del bullicioso aroma de la adolescencia- lo hubieran protagonizado, por ejemplo, unos concejales del PP ausentándome voluntariamente de la visita oficial de un consejero de la Junta de Andalucía al que, por alguna razón -tan legítima como las esgrimidas por ellas y ellos- hubieran considerado ingrato. ¡La que se habría montado! Qué grandes momentos habríamos vivido escuchando las reconvenciones de los expendedores de carnet oficial de demócrata, deplorando el mal estilo y el autoritario talante de una caterva de fachas, por hacer dejación de funciones al declinar participar en una cita con un representante de la voluntad popular. Y es que mientras algunos desgraciados son concejales siempre, otros afortunados tienen derecho de escoger cuándo actuar como ediles y cuando como júligans. Enhorabuena a los premiados.
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