Se habla mucho estos días, y no sin razón, de lo imposible que sería en estos momentos volver a celebrar unos Juegos Olímpicos como los de 1992 en Barcelona. La enloquecida deriva nacionalista que viene marcando la agenda diaria de esa fantástica ciudad y de Cataluña ha convertido en irrepetible –y es una pena- el espíritu de identificación orgullosa del resto de España con aquellos Juegos, con aquellas ceremonias y con esa inolvidable manera de explicarle al mundo que se podía ser al mismo tiempo tan español como catalán, y tan catalán como español. La culpa la tienen no sólo los que han hecho del independentismo su negocio y su excusa para el delito financiero, sino también los que a la sombra de la bandera de ruptura se han empeñado en asentar en toda España el discurso de la convivencia imposible, del enfrentamiento inexorable y de la incomodidad mutua. Por eso, al rebufo de esa frustrante sensación de nostalgia melancólica que supone la improbabilidad de repetir aquel extraordinario acierto que fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona, quisiera trasladar ese escenario a nuestro gran momento como ciudad. ¿Sería posible a día de hoy repetir los Juegos Mediterráneos de Almería 2005? Quiero pensar que sí, aunque no puedo dejar de pensar en que el enrarecimiento generalizado del ambiente en estos últimos 25 años haría más costosa esa celebración a nivel social. Ya tuvimos algunos amagos esperpénticos, cuando algunos ilustres apologetas (en su caso también es válido el uso de la jota) de la lucha social, alentaron una especie de boicot de atletas musulmanes que afortunadamente llegó al mismo sitio que sus promotores, es decir, a ningún lado. Ya digo que quiero pensar que aún hoy sería posible repetir la experiencia del 2005, pero entonces me acuerdo de las redes sociales y su florifauna de activistas… y me empiezan a entrar dudas.
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