Las dos orillas del PSOE y el mar que las separa

Por mucho que callen, por mucho que proclamen un sentimiento fraternal, el PSOE de Andalucía está hoy más alejado de la filosofía que se respira en los despachos de Fer

Pedro Manuel de La Cruz
23:45 • 29 jul. 2017

La guerra entre Pedro Sánchez y Susana Díaz no acabó con la clara e indiscutida victoria del primero en las primarias. La aspirante asumió la derrota pero, entre los dos, lo que ha habido desde entonces, no va más allá de una tregua táctica. 
El congreso que hoy termina en Sevilla no supondrá una ruptura del tiempo de silencio que hasta ahora ha presidido las relaciones entre los excombatientes. Todo va a aparentar seguir igual, pero, bajo ese silencio táctico, navega un relato estratégico que puede hacer inviable el acuerdo al que los dos dicen aspirar y que está motivado por una realidad inevitable: el concepto de país y de partido que propugna Sánchez y el que defiende Díaz tienen puntos de discrepancia de difícil resolución.
Las diferencias en el seno de los partidos han existido y existirán siempre y sólo los defensores del centralismo autoritario lo critican. Que centenares de miles de militantes piensen todos lo mismo lo único que demuestra es que ninguno piensa nada. Cada afiliado es un mundo y la multiplicidad de opiniones, al contrario de lo que sostiene el cesarismo, lo que provoca es aquel enriquecimiento machadiano cuando señalaba: “¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”.
La apuesta de Pedro Sánchez por la consideración de España como Nación de Naciones en un Estado plurinacional, la defensa de un federalismo asimétrico, abanderado por la presidenta Cristina Narbona, o la quita de la deuda de varios miles de millones de la Generalitat no son planteamientos asumidos por la mayoría del PSOE andaluz. Y, lo que es más importante, no son cuestiones anecdóticas, son posiciones que, de concretarse en la práctica, supondrían un cambio importante en la actual configuración de la gobernanza del país.
Los defensores de la España plurinacional pueden proclamar que el concepto de “Nación de Naciones” no va más allá de una retórica sentimental, de un bucle cultural. No es así. Y, si lo fuera, supondría para sus defensores una candidez conmovedora. Quienes, más allá del PSOE, defienden este concepto lo hacen porque aspiran a que la consagración constitucional del mismo lleve aparejadas consecuencias políticas, jurídicas y económicas. Los independentistas catalanes, Podemos y el PSC propugnan esta definición, no como un gesto romántico, sino como vía para llegar a estaciones más alejadas de la retórica sentimental. Las palabras no son, nunca, inocentes y, en este caso, tampoco gratis. Pedro Sánchez lo sabe, pero Susana Díaz también.
El abrumador apoyo de los socialistas catalanes a Sánchez en las primarias (82 por ciento de votos) llevaba implícita la asunción de este concepto ambiguo por el que pueden transitar muchos trenes de destinos inciertos. Díaz nunca quiso coger ese tren y el PSC la dejó varada en el andén y de qué forma.
Porque no nos engañemos: lo que los socialistas catalanes quieren y el nuevo PSOE de Sánchez respalda (porque no le queda más remedio -las deudas hay que pagarlas-, o porque sigue en la levedad política demostrada en su anterior etapa: ganar unas primarias no te inviste de capacidad política), a lo que el PSC aspira, digo, es a romper la consideración territorial igualitaria que arrancó el 28F.
Catalanes, vascos y, en menor medida los gallegos, siempre se han considerado territorios poseedores de unos privilegios a los que los demás no tenían derechos históricos. El 28F hizo saltar por los aires aquella España de dos categorías y, mientras vascos (por las ventajas del Cupo) y gallegos aceptan sin excesivas estridencias la situación actual, Cataluña aspira a la distinción porque no asumen que aquellos que en los sesenta llegaban en vagones de caballerías a Barcelona huyendo de la miseria, tengan hoy el mismo nivel (y, en algunos, casos, mejores servicios públicos- sanidad, autovías, alta velocidad...- en fin ya saben, lo que cohesiona socialmente un territorio) que ellos. Quieren ser distintos, pero no por el sentimentalismo de la identidad cultural, sino porque la solidaridad territorial es un concepto discutible. Lo que no admite discusión, salvo que se defienda una visión medievalista, es que los territorios no tienen derechos: solo las personas tienen derecho a tener derechos; y los derechos de las personas deben ser idénticos, independientemente del territorio español en que vivan.
Esta es la realidad. Y, por eso, por ese trasfondo de ambigüedad calculada, es por lo que el PSOE andaluz ha ignorado este fin de semana en sus ponencias los conceptos de Estado plurinacional y Nación de Naciones aprobados en el último congreso federal socialista.
Como ha eludido cualquier guiño hacia Podemos, tan del gusto ahora de los nuevos dirigentes de Ferraz. El entendimiento entre el PSOE y Podemos en Andalucía es, hoy por hoy, una quimera. El sector mayoritario del Podemos andaluz está dirigido por la corriente de los “anticapitalistas” y su odio al PSOE solo es comparable al del anguitismo de “la pinza”. Susana Díaz y Teresa Rodríguez sienten tanto desprecio mutuo que cualquier intento de acercamiento sería delirante. 
A Susana Díaz no le gustan ni esos conceptos territoriales ni esa estrategia de confluencia con el partido de Iglesias y, además, no le pueden gustar. Si los asumiera el camino hacia la derrota electoral -que hoy se sitúa entre lo posible y lo probable- sería inevitable. El PP vería en esa asunción conceptual de profundo calado una vía de agua formidable con la que hundir a su adversaria. Y el sector de votantes moderados que ahora vota a los socialistas huiría en estampida hacia Ciudadanos o el PP con apenas vislumbrar un frente populista de izquierdas. 
Esa vía de agua que tanto desearía el PP se ha convertido en un mar que separa las dos orillas del socialismo español. Por mucho que callen, por mucho que proclamen un sentimiento fraternal, el PSOE de Andalucía está hoy más alejado de la filosofía que se respira en los despachos de Ferraz que nunca. No son dos partidos distintos, pero, si la inteligencia y la finezza de unos y otros no lo impide, el PSOE nacional puede encontrarse más pronto que tarde con que la “singularidad” del PSC también encuentra eco en el sur. Nadie apuesta por ello, pero ya hay quien, con inteligente ironía, se pregunta: ¿por qué si vamos a un Estado plurinacional no se puede ir a un partido plurinacional también?
Esta es una mecha que nadie quiere aventar. Pero alguien ya la ha encendido y nadie olvide que una bala, por si misma, no mata, lo que mata son las palabras cuando ordenan: “Apunten, disparen, fuego”.
Y en el PSOE demasiados están jugando con fuego.            


 


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